Por Carlos Solero
Rutas, puentes y escuelas están siendo el escenario de protestas sociales.
Orgánicas a veces, espontáneas otras, son la expresión del descontento popular y el hartazgo frente a la manipulación de los poderes.
Poderes económicos, políticos, culturales y sociales que ejercen violencia por acción u omisión.
Acaso vale preguntarse por qué los vecinos de una ciudad ribereña deben aceptar pasivamente la destrucción de los ecosistemas. O los trabajadores metalúrgicos, o los de la industria láctea, conceder mansamente a la precarización de sus empleos y el escamoteo de sus derechos.
O los estudiantes y docentes agachar sus cabezas y cerrar sus bocas frente al deterioro de las escuelas que lleva décadas.
Rutas, puentes y escuelas pueden -con personas movilizadas y en debate sobre las cuestiones públicas- ser embriones de horizontalidad y deliberación colectiva, tan necesarias en tiempos de tanto simulacro mediático.
Rutas, puentes y escuelas
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