Nota editorial de la Revista Margen Nº 58
El Tribunal de Justicia de la Unión Europea falló recientemente en contra de la empresa Monsanto en un juicio iniciado en 2004 en Holanda, en el que la multinacional exigía a productores agrícolas y empresas argentinas el pago de derechos de patente por el uso de soja genéticamente modificada (OGM – organismos genéticamente modificados).
La medida será -con seguridad- impugnada por Monsanto, por lo que los abogados continuarán la querella. Estas empresas poseen poder, riqueza y tiempo para no darse por vencidos por el resultado de una batalla.
Sin embargo, celebramos este fallo y lo señalamos como un punto de partida impactante para continuar la lucha contra el avance de las prácticas de privatización y apoderamiento de los recursos naturales y los bienes de la humanidad que conllevan intrínsecamente la destrucción de la naturaleza y la sentencia de pobreza, hambre y muerte para los seres vivos.
Sin entrar a debatir internas o enfrentamientos por el poder entre grupos o empresas multinacionales, el alto tribunal europeo nos aportó dos elementos que deberíamos tener en cuenta en nuestros países subdesarrollados:
– Se le puede decir que no a las multinacionales poderosas como Monsanto.
– Estamos a tiempo para discutir y defender la naturaleza de las cosas y la propiedad compartida de los bienes culturales, productos de la Historia humana.
El Tribunal señaló que las normas de la Unión Europea no avalan que un país dicte leyes que favorezcan al uso de patentes por modificación genética, “tanto si ejerce la función que le es propia dentro de la materia que contiene como si no lo hace”. Este punto advierte en forma directa acerca de la insensata y antinatural defensa que están haciendo muchos gobiernos -como Estados Unidos de Norteamérica, Inglaterra, México y Argentina, entre otros- de la práctica mafiosa desarrollada por poderosas empresas multinacionales que se arrogan derechos sobre los seres vivos, como si fueran verdaderos dioses que “generaran nueva vida” a partir de sus desarrollos científicos.
El uso de semillas transgénicas en nuestros países subdesarrollados -véase un análisis del caso de la soja en Margen Nº 42 (http://www.margen.org/suscri/margen42/monsanto.html)- ha colaborado en el aumento de la concentración económica y la práctica de la monoproducción, procesos que generan altísimos índices de desocupación y contaminación ambiental.
La consecuencia directa de este proceso económico es el éxodo que se produce desde el campo a las ciudades, en las que crecen de manera explosiva los asentamientos marginales, en los que se carece de los servicios más elementales.
Sin atender las causas -y por extraño que parezca- en no pocos casos se escuchan voces críticas sólo hacia los gobiernos municipales responsables de la administración de las ciudades, señalando que éstos no disponen fondos suficientes para hacer llegar planes sociales a las nuevas familias sin arraigo.
Desde ya que hay que exigir que el Estado cumpla con sus obligaciones y vele por la sociedad, especialmente por los que nada tienen; pero poco cambiará si no se atacan las raíces del atraso y el subdesarrollo. Los Estados nacionales deberían sancionar las leyes que prohiban definitivamente el juego usurario de la especulación en el sistema financiero, la concentración económica, el uso de semillas modificadas genéticamente en la actividad agraria, la práctica de uso de pesticidas sin control, la minería a cielo abierto; a la vez que deberían ajustar los controles sobre las empresas privatizadas de transporte y energía.
Todo ello mientras se trabaja para recuperar los recursos naturales, rechazar las ilegítimas e ilegales deudas externas, proyectar formas de explotación sustentable de las fuentes de riqueza y trabajo con una mayor participación popular en el manejo y control de las mismas.
¿Programa socialista de gestión? ¿Programa cooperativista de gestión? ¿Programa keynesiano de gestión? ¿Programa mixto de gestión privada y estatal? Llámese del modo que se quiera.
Bienvenida será cualquier medida que recorte el poder y las ganancias de las grandes multinacionales y afirme la voluntad de hacernos cargo de nuestro propio destino. Para que este tímido «no» a Monsanto signifique un atronador «si» a favor de la vida de nuestros chicos, nuestro sentido y nuestro futuro.
Por José Luis Parra
Hola
Te escribo para expresarte mi opinión acerca de los OGM y Monsanto.
Creo que los OGM son necesarios y potencialmente pueden ayudar, debido a que son mas rendidores. Ahora bien, las multinacionales se aprovecharon de esto y monopolizaron (de alguna manera) las patentes de las semillas resistentes a diferentes cosas.
El caso del glifosato es particularmente interesante, Monsanto era una empresa química, formada principalmente por ingenieros, y producían (entre otras cosas) herbicidas. El glifosato tiene la patente caída porque la misma es de los años 40. Está ampliamente demostrado que el glifosato no tiene efectos sobre los animales porque actúa sobre una enzima específica de plantas y bacterias (ESP). No servía para mucho porque es un herbicida total (no queda una planta viva al aplicarlo), pero no es tan dañino para el ambiente por esto es que no afecta animales. Ahora bien, a principios de los 90 Monsanto se puso a buscar un gen que les permita a las plantas, no sobrevivir, sino aguantar un poco la aplicación de glifosato. Y así fue, encontraron en una planta productora de glifosato una bacteria que contenía un gen que le daba una resistencia a glifosato. En esa época la transgénesis era bastante naciente y no se utilizaron bacterias para hacer las transgénicas, sino un cañón que dispara (literalmente) bolitas conteniendo ADN. Y lo lograron. Empezaron los trámites de regulación y se liberó. Ellos eran todos ingenieros y tenían muy aceitado el manejo de las patentes y por eso patentaron antes que todos.
En nuestro país se había inventado la siembra directa, un invento argentino, genial. Se trata de plantar sobre las sobras de la plantación anterior (que se traduce en menos agresiones al suelo). Cuando llegó la soja RR en 1997, fue increible, porque a la cosecha anterior se le tira glifosato y encima de eso se ponen las semillas de soja y se acabó… Quiero decir, la soja transgénica en sí no es mala, sino todo lo contrario, porque requiere de muchas menos agresiones a la tierra (se usan muchos más herbicidas con plantas no OGM).
El punto es que el monocultivo sí es terrible y que el monocultivo esté absolutamente en manos de Monsanto es más terrible.
Lo ideal sería que Argentina cree sus propios OGMs que sirvan para nuestros cultivos.
Bueno, esas fueron mis humildes opiniones de biólogo probablemente influenciado por las multinacionales y por la genialidad en obtener organismos genéticamente modificados. El tema, para mí, da mucho de qué hablar y más en Argentina.
Un abrazo!!!!!!
Juan Manuel Carballeda