Por Carlos Solero
Uno de los principales sustentos de los sistemas de dominación, opresión y explotación es la actitud resignada de los que padecen.
A las estructuras materiales en que se fundan las desigualdades económicas y sociales, corresponde añadir una serie de factores culturales que resultan funcionales para cimentar y perpetuar los privilegios de las minorías. Estos privilegios persisten más allá de las superficiales mutaciones formales que generan la ilusión de una amplia participación colectiva.
Los mecanismos y dispositivos de la dominación son múltiples, algunos explícitos como la coacción física y otros más sutiles como la persuasión publicitaria de mercancías, siempre superfluas, que en realidad es mucho más que eso, es propaganda de estilos de vida impuestos por las elites a las mayorías.
Como dice Rancière: “El retorno del capitalismo salvaje y de la vieja asistencia a los excluídos vuelve a poner a la orden del día el esfuerzo de aquellos que se comprometieron a romper el círculo, su experiencia de la división del tiempo y del pensamiento.
Pero asimismo, frente al nihilismo de la sabiduría oficial, hay nuevamente que instruirse en la sabiduría más sutil de quienes no tenían el pensamiento como profesión y que no obstante, desordenando el ciclo del día y de la noche, nos han enseñado a volver a poner en cuestión la evidencia de las relaciones entre las palabras y las cosas, el antes y el después, el consenso y el rechazo.”
En efecto, nuestra tarea es multiplicar los espacios de resistencia, de debates colectivos, de reflexiones que se orienten en acciones solidarias.
Como afirmaba Juvenal Fernández buscando avizorar un futuro diferente, surgido de nuestra acción concreta, sin esperar el quimérico povenir que nunca llega.