Traidores de nuestra historia: el adelantado a su época

Por José Luis Parra
Desde nuestra independencia en 1816 se hizo más notable la confrontación entre quienes se proponían un país con desarrollo autónomo y aquellos que pretendían imponer el modelo de integración al sistema económico mundial.
Bernardino Rivadavia fue la figura más emblemática que tuvo el bando pro inglés. Cumplió un papel fundamental para la consolidación de la entrega de nuestros recursos y nuestra inclusión en el sistema de la división internacional del trabajo, haciendo de Argentina una colonia productora de materias primas requeridas por la industria británica.

Como Ministro del Gobernador Martín Rodríguez en 1821, Rivadavia promovió la creación del Banco de Buenos Aires, cuyas acciones fueron adquiridas en gran número por comerciantes ingleses. El Banco -estatal en su nominación- sirvió para sostener principalmente emprendimientos privados.
Pero la acción más contundente de Don Bernardino fue la firma del Empréstito con la banca Baring Brothers (1824), en condiciones desventajosas, con intereses excesivos y respondiendo con la garantía de las tierras públicas. Vale destacar que la cancillería británica desarrolló esta misma práctica en varios países, consolidando deudas externas con el objeto de rendir a los nuevos Estados a los arbitrios de sus necesidades y dominación económica.
En el caso de nuestro país, esta deuda fraguada terminó de ser pagada -con gran sacrificio- recién en 1904.
Rivadavia ocupó diversos cargos desde los inicios de la Patria. Era un hombre de negocios y entendía que el joven país sudamericano podía ser un excelente escenario para ello, para lo cual era imprescindible tener poder.
Desde su Ministerio dictó un decreto autorizándose a sí mismo a negociar la llegada de inmigrantes al país, utilizando para ello la tierra pública. Para concretar este negocio viajó a Inglaterra donde se asoció a especuladores financieros y banqueros para traer los primeros contingentes de trabajadores de origen inglés.
Por otro decreto, se autorizó a sí mismo a “promover la formación de una sociedad en Inglaterra destinada a explotar las minas de oro y plata que existan en el territorio de las Provincias Unidas”. Sin ruborizarse, transfirió ese poder a la casa comercial Hullet Brothers de Londres, que determinó la formación de una sociedad -integrada por el propio Rivadavia- para explotar oro en el cerro Famatina de La Rioja, la “Río de la Plata Mining Association”. La Casa Hullet le transfirió a la nueva empresa el poder de explotación y se designó a Rivadavia como presidente del directorio en Buenos Aires, con un sueldo de 1.200 libras.
El mismo Ministro inglés George Canning se escandalizó, no tanto por la corrupción que beneficiaba al Imperio, sino por lo impúdico de la actuación del político argentino, y dejó por escrito instrucciones en las que señalaba que “me sería muy difícil mantener cualquier relación confidencial con un ministro extranjero que motivara sospechas aparentemente fundadas de estar interesado en un establecimiento comercial particular”.
Un problema que debió enfrentar la compañía minera fue determinante para un cambio notable en la organización política argentina.
El gobierno de Buenos Aires (en ese momento a cargo de Las Heras) no tenía jurisdicción sobre las provincias, lo que hacía imposible la explotación de oro en Famatina por parte de la Mining.
Para calmar a sus socios, Rivadavia les escribe diciendo que “el remedio está en elevarse a la altura de las calmidades para conjurarlas. No puedo demorar por más tiempo la instalación de un gobierno nacional… tan pronto quer sea nombrado procederé a procurar la sanción de la ley para el contrato de la compañía”.
Utilizando la estructura del bando unitario y el apoyo del capital extranjero, el grupo pro inglés logró copar el Congreso constituyente que sesionó en 1825 y determinó la consolidación de un modelo unitario con una figura presidencial. Rivadavia fue promovido al cargo de primer presidente argentino, sin el favor popular, con el propósito de utilizar el poder para continuar haciendo negocios particulares con gran beneficio para las empresas británicas.
La Deuda con la Baring o el uso de la función pública para su enriquecimiento no fueron los únicos daños que hiciera Rivadavia a nuestro país. Su primera medida como Presidente fue aumentar aún más las diferencias y designó a Buenos Aires como Capital de la República, mientras que la provincia de Buenos quedaría también a cargo del presidente. Esto significó el triunfo del centralismo porteño, dueño del puerto y socio de los capitales ingleses.
En 1826, el imperio de Brasil declaró la guerra a nuestro país, en la continuidad de su política expansionista heredera de las prácticas portuguesas, especialmente en la Banda Oriental.
A pesar de los triunfos de Carlos de Alvear en Ituzaingó y del Almirante Guillermo Brown en Los Pozos, que determinaron prácticamente el triunfo de las armas argentinas, Rivadavia envió a Manuel García a la corte brasileña a pactar la entrega del territorio oriental.
La intervención inglesa, que veía afectado su comercio naval, concluyó con la imposición del modelo británico conocido como la política del “algodón entre dos cristales”. Así como en 1829 apoyaron al movimiento nacionalista griego para quitarle un espacio estratégico al Imperio Otomano, en 1830 promovieron la independencia de Bélgica frente a las aspiraciones territoriales de Alemania y Francia y ese mismo año lograron la independencia de Uruguay.
También en 1826, Rivadavia modificó el sistema financiero reestructurando el Banco Nacional. En otra acción oprobiosa, este Banco llegó a prestar dinero a Brasil en plena guerra contra Argentina.
Pero el país no aceptó la derrota ni la imposición del centralismo. La resistencia de las provincias y sus caudillos determinaron la huída de Rivadavia, lo que significó el fin del sistema presidencialista y el control unitario. Sin embargo, el electo gobernador Manuel Dorrego (con representación de las Relaciones Exteriores) no pudo financiar el fin de la guerra; el Banco Nacional no le facilitó los fondos, debió firmar la paz y aceptar la independencia uruguaya. Estos sucesos fueron usados por el Bando unitario para acelerar el golpe militar de 1828 encabezado militarmente por el General Lavalle, iniciándose así una etapa de violencia y baño de sangre en nuestro país.
Rivadavia se retiró a España, donde gozó de sus riquezas y manifestó su odio hacia Argentina. En su testamento dejó aclarada su voluntad de no volver a este suelo americano, ni aun muerto
Sin embargo, los herederos de su práctica delictiva lo desoyeron y trajeron su cadaver para construir -sobre él y a pesar de su última voluntad- la Historia Oficial en la que Rivadavia ocupa un sitial de honor. Marcaron así el punto de partida para la constitución de la Argentina liberal a partir de 1852. Por ello, para explicar por qué el primer presidente argentino tuvo tantos opositores, Bartolomé Mitre (padre fundador de la Historia Oficial) acuñó el concepto de que “Rivadavia fue un adelantado a su época”.
Mitre no sólo ocultó los negociados de Rivadavia y sus terribles consecuencias para el país, sino que lo exaltó a alturas de héroe, convalidando la entrega de la Argentina a los intereses extranjeros.

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