Por Carlos Solero
A los 87 años ha muerto José Saramago, se apagó una de las voces más singulares de la literatura contemporánea. No contaremos ya con el placer inmenso de escuchar sus lúcidas reflexiones sobre el torvo presente.
Nos quedan sí de su pluma excelsa, sus novelas y ensayos en los que reflejó la tragedia existencial de los seres humanos acosados por la necedad de los poderosos.
Los personajes de las obras de Saramago son por lo general antihéroes, hombres y mujeres resistentes cuya dignidad surge de la rasgadura de los velos de la hipocresía reinante.
Cómo olvidar la epopeya de los protagonistas de La historia del cerco de Lisboa, unos y otros en simultáneo escriben a su modo desde sus historias menores y particulares, la gran historia de la lucha humana por la existencia, sin saber que lo hacen.
En Ensayo sobre la ceguera aparece patentizado el absurdo de una sociedad más frágil y cruel de lo que aparenta, las miserias y la solidaridad que emergen en circunstancias extremas.
Ensayo sobre la lucidez da cuenta de la desobediencia civil como autodefensa contra la manipulación política. Son memorables también La caverna, El memorial del convento, La balsa de piedra, El viaje del elefante y los magníficos diarios que Saramago escribió con paciencia y urgencia durante décadas.
Ha muerto José Saramago, un hombre íntegro de explicíto compromiso social, lúcido testigo de nuestro tiempo.
Un vindicador de las palabras en tiempos de vocinglería.