Por Carlos Solero
La danza de la mala fortuna es un espectáculo compulsivo al que nos obligan los jerarcas del sistema vigente en el mundo.
Reducción y/o congelamiento de salarios, precarización del empleo, prolongación de la jornada laboral, prórroga indefinida en la vida activa, atados al yugo del capital.
Despidos masivos y lanzamiento hacia el abismo de la exclusión social. Para cientos, para miles, para millones de personas. En diversas latitudes, con vocablos similares.
Salvataje de los bancos para seguir esquilmando a los pueblos. Una civilización basada en el despilfarro de muy pocos con tormentos inacabables para las mayorías.
Una sistemática violencia que multiplica la violencia desde arriba.
¿Quiénes pagan las catástrofes ecológicas, políticas, económicas y sociales?
En todo el orbe los mismos de siempre. Como en toda tragedia griega el coro que grita verdades que no desean oír los poderosos, ocupando un lugar subalterno.
En el año 2009 los principales líderes estatales enunciaron cambios y reformas, no hicieron más que profundizar desigualdades y ampliar la brecha.
Las evidencias saltan a la vista, la realidad se impone con rigor aunque procuren tapar el sol con la mano.
Las multitudes en las calles están marcando el principio de un fin de época y también quizás la caída irreversible de gigantes.
Como supo decir con acierto Camus, los pueblos se hacen sentir cuando perciben el escarnio y se rebelan por asco, por casancio, por hartazgo.