Por Carlos Solero
Uno de los debates más insólitos y cruentos durante la conquista de América consistía en discutir si los indios habitantes originarios de estas tierras tenían alma y por tanto entidad humana.
Si tenían alma, conclusión a la que arribaron los doctos eclesiales de la época asociados a la Corona de Castilla, esto implicaba que debían tributar con trabajo, esfuerzo, sacrificios y demás penurias.
Encomienda, mita y yanaconazgo y otras instituciones además de la esclavitud, diezmaron poblaciones por miles. El comercio de esclavos desde Africa hacia estas colonias fue una de las bases de la acumulación originaria de capital para algunas familias que aún siguen detentando el poder económico y político. Es decir que el amasijo de capitales no sólo contenía doblones plateados y dorados sino también mucho barro y sangre.
Trecientos cincuenta años de existencia como territorio poblado por personas y muchos otros seres vivos parecen no alcanzar para convencer a las autoridades de Andalgalá (Catamarca) que la minería acabará con la vida.
La decisión de conceder -para la explotación minera- tierras que abarcan ciudades enteras de las que sus habitantes deberán migrar forzadamente, además de padecer los males producidos por la actividad contaminante, debe despertar las conciencias y las acciones de todos.
En la provincia de Santa Fe los estragos producidos por las curtiembres y otras industrias tóxicas producen leucemia, cáncer y variada gama de enfermedades.
Nada parece detener a los predadores sistemáticos de la vida.
Pero la solidaridad y la firme convicción de autodefensa popular demostrarán que los predadores, más allá de la soberbia y prepotencia de su capital, no están en presencia de “almas muertas de siervos”, sino de mujeres y hombres en movimiento, no dispuestos a claudicar en la defensa de sus derechos.