Por José Luis Parra
Al comenzar el siglo XX, la expansión de la economía mundial requirió espacios extensos para destinarlos a la producción de materias primas, principalmente las relacionadas con la actividad agropecuaria. Nuestra oligarquía vernácula se asoció a los capitales internacionales, primordialmente ingleses. La Argentina moderna se levantó sobre las tierras conquistadas a los pueblos originarios y el desplazamiento de los criollos pobres.
Las necesidades de mano de obra para las nuevas condiciones de producción fueron cubiertas por los gauchos reconvertidos a peones rurales y los recién venidos inmigrantes europeos, quienes trajeron al país ideas reformistas y revolucionarias, como el sindicalismo, el socialismo o la anarquía. El Régimen debió ahogar todo tipo de protestas y reclamos para lograr el más absoluto control social. El lema del gobierno de Julio A. Roca fue “Paz y Administración”.
A principios de siglo se cimentó el gran cuerpo de leyes e instituciones que servirían para homogeneizar a la población y mantenerla dentro del sistema imperante (educación común, servicio militar obligatorio, ley de residencia, etc.).
Para tener un conocimiento más acabado de la realidad argentina, el gobierno nacional encomendó en 1904 -a través del Ministro del Interior Joaquín V. González- al Dr. Juan Bialet Massé a que viajara por el país y observara el desarrollo de la vida económica.
Bialet Massé era un catalán afincado en nuestro país. Médico, luego abogado y más tarde agrónomo, escribió tratados de medicina, textos educativos y de derecho. Fue emprendedor minero (productor de cales) y constructor del Dique y Embalse San Roque, la que fue -en la década de 1880- la mayor obra de ingeniería de América. Es considerado como el precursor del Derecho Laboral (escribió, entre otros títulos, “Descanso Semanal” y “Responsabilidad Civil en el Derecho Civil Argentino”).
Luego de recorrer gran parte del país, redactó y publicó un extenso “Informe sobre el estado de las clases obreras en el Interior”, que desnudó las durísimas condiciones de vida en los obrajes madereros de Chaco y Santiago del Estero, los ingenios del noroeste y los yerbatales de Misiones. Verificó la destrucción de las formas tradicionales de producción de los indígenas hasta incorporarlos -casi en un estado de esclavitud- al sistema productivo “moderno”.
En muchos establecimientos -tanto en el norte como en el sur del país- se emitían bonos que únicamente servían en el “boliche o pulpería” propiedad del patrón, con productos mucho más caros y que determinaban el endeudamiento de los trabajadores aunque cada vez trabajaran más.
Para disciplinar a los trabajadores o impedir su huida, los empresarios contaban con la inestimable ayuda de la policía o de su propia fuerza de choque.
Las jornadas de trabajo eran de sol a sol. No existían leyes laborales y los cosecheros eran ayudados por mujer e hijos para poder cumplir con la tarea encomendada.
Las habitaciones -cuando las tenían- eran sórdidas y la alimentación era escasa. El alcohol, la tuberculosis y la sífilis causaban estragos entre la población obrera de estas haciendas.
Bialet Massé denunció esta situaciones de desigualdad, subdesarrollo e injusticia en su Informe, pero el Estado argentino tomó nota del estudio sólo para consolidar su poder y actuar siempre a favor de los intereses del “progreso” de las empresas y los terranientes.
En aparente contradicción con esta ideología dominante, los gobiernos liberales y conservadores desarrollaron políticas de salud pública, más para evitar las consecuencias negativas que podían tener ciertas enfermedades para el desarrollo productivo nacional que para atender los problemas de la población. Así, fueron creados dispensarios, se vacunó masivamente, se construyeron hospitales, aunque no se atacaron y solucionaron los problemas de fondo.
En muchos casos, no se consideró siquiera las opiniones o gustos de los supuestos “beneficiarios” de esas campañas, como cuando actuó la Comisión Municipal de Desinfección, que ingresaba a los hogares humildes de la Ciudad de Buenos Aires, sin orden ni permiso, con trato autoritario y vejatorio.
En la presentación de su trabajo, Juan Bialet Massé expresó:
“…No se curan las llagas ocultándolas o velándolas a la vista del cirujano, por un pudor mal entendido: es preciso, por el contrario, presentarlas en toda su desnudez, en su verdad, manifestando sus antecedentes con toda sinceridad, para aplicarles el remedio conveniente.
…Cuando en las cumbres del Famatina he visto al apire (peón de minas) cargado con 60 y más kilogramos deslizarse por las galerías de las minas, corriendo riesgos de todo género, en una atmósfera de la mitad de la presión normal; cuando he visto en la ciudad de La Rioja al obrero, ganando sólo 80 centavos, metido en la zanja estrecha de una cañería de aguas corrientes, aguantando en sus espaldas un calor de 57º, a las dos de la tarde; cuando he visto a la lavandera de Goya lavar la docena de ropa a 30 centavos, bajo un sol abrasador, cuando he visto en todo el Interior la explotación inicua del vale de proveeduría; cuando he visto en el Chaco explotar al indio como bestia que no cuesta dinero, y cuando he podido comprobar, por mí mismo, los efectos de la ración insuficiente en la debilitación del sujeto y la degeneración de la raza, no han podido menos que acudir a mi mente aquellas leyes tan previsoras de todos estos y otros detalles que se han reproducido en cuanto se ha creído que faltaba el freno de la ley…”
Una denuncia desoída
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