El oscuro origen de algunas cosas

Por Carlos Solero
Cuando en el presente -a nivel global y aun a nivel regional- se analiza la generalizada violencia expresada en las guerras y conflictos o al interior de los Estados Nación, suele soslayarse la genealogía de esas violencias. El filósofo Slavoj Zizek lo explica con meridiana exactitud en su libro Sobre la violencia, seis ensayos marginales.

El origen de las múltiples violencias subjetivas explícitas en la vida cotidiana, en las sociedades de diversas latitudes, tiene su origen en la perceptible y objetiva violencia que significan las estructuras fundantes del capitalismo.

Factores económicos y sociales son la base de las ideologías, religiones y muchas otras coartadas argumentales para someter a los pueblos a la miseria, la exclusión social y lanzarlos a los insodables abismos desde hace siglos.

El racismo, la xenofobia, el chauvinismo como expresión extrema de perversos nacionalismos, buscan esconder lo evidente: las brutales desigualdades, la explotación, el sufrimiento planificado para millones en todo el mundo.

Los mismos que elaboran planes de destrucción masiva son los que muestran asombro frente a las manifestaciones de protesta popular.

Alguna vez Susan Sontag, esa lúcida y valiente mujer que alzó la voz contra crímenes como los de la guerra de los Balcanes, poniendo cuerpo y alma en Sarajevo, aun bajo las bombas, dijo que las torturas perpetradas por las tropas estadounidenses en la prisión de Abu Garib (Irak), serían para todas las generaciones de la especie humana la expresión de la barbarie de nuestro siglo, comparable a las prácticas del nazismo.

En efecto, los bombardeos contra poblaciones civiles en Afganistán y otras latitudes continúan, ahora de la mano de Barack Obama.

Explícita violencia que no habrá camuflaje ideológico ni palabras que puedan ocultar, sino acciones concretas de pueblos hartos de lo que Camus llamó el homicidio fríamente planificado, que sólo cesará con la rebelión solidaria de los pueblos.

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