Por Carlos Solero
Con el cinismo que caracteriza a los que a conciencia defienden causas injustas, el presidente de EE. UU. Barack Obama lanzó a los cuatro vientos sus argumentos para continuar las guerras sin fin.
Desde su llegada a la Casa Blanca, el jerarca del Imperio ha continuado con el envío de tropas hacia Afganistán, a sabiendas que los bombardeos afectan principalmente a poblaciones civiles desarmadas.
Pocos días antes de recibir en Oslo el premio Nobel de la Paz ordenó que treinta mil soldados se incorporen a las operaciones bélicas en Asia.
En tanto, decía cosas como que: “en la últimas seis décadas EE UU ha garantizado la paz global” y “que es necesario el derramamiento de sangre para preservar la seguridad”. Argumentos similares esgrimía Adolfo Hitler cuando justificaba la expansión criminal de Alemania para preservar “el espacio” vital, o José Stalin cuando firmó el pacto con Hitler.
La lógica de lanzar pueblos a las guerras y someterlos a sus horrores, ha sido y es la coartada por excelencia de los asesinos seriales de la historia.
Recordemos, la invasión rusa a Hungría en 1956, las múltiples incursiones norteamericanas en Latinoamérica, desde Monroe en adelante, el big stick (gran garrote) de T. Roosevelt, los envíos de tropas a Corea y Vietnam de J.F. Kennedy, el aplastamiento de la Primavera de Praga por las tropas del Pacto de Varsovia, las masacres de Tlatelolco en México, las interminables guerras en África, alimentadas desde las metrópolis europeas, EE UU, la ex URSS, China, etc.
Las dictaduras latinoamericanas perpetraron genocidios con secuelas aún perennes.
Obama busca justificar la continuidad del terrorismo de Estado a escala global, diciendo que: “el uso de la fuerza bélica no sólo es necesario, sino moralmente justificable para hallar la paz”. Claro, como diría W. Bemjamin, la moral de los opresores.
Alguna vez, el filósofo Herbert Marcuse dijo que quizás la última vez que se combatió por la libertad y la justicia para los pueblos fue en la España revolucionaria de 1936, enfrentando al fascismo.
Sabemos que los pueblos siguen luchando por esas causas en muchas latitudes del mundo y que no se doblegarán mansamente sólo para dar sus vidas por los intereses de magnates y opresores.
Quizás allí pueda anidar el germen de sociedades que alguna vez archiven el oprobio de estos tiempos oscuros.