La soberanía nuestra de cada día

Por José Luis Parra
Durante su segundo período como gobernador de la provincia de Buenos Aires (1835), Juan Manuel de Rosas dictó la Ley de Aduana de signo proteccionista, que frenó con éxito el libre ingreso de mercaderías extranjeras (inglesas).
Desde 1809, la puesta en práctica de la política liberal llevó a la quiebra a numerosos talleres y actividades industriales del interior (especialmente textiles).
En 1851, la vigencia de la Ley de Aduana determinó un saldo favorable en la balanza comercial. Se desarrollaban actividades agroproductivas de extracción a la par de las industrias relacionadas. Por ejemplo, nuestro país pasó -en ese período- de importador a exportador de harina. Aquí se pagaban sueldos más altos que en Europa o Estados Unidos.

La producción nativa creció aún más en 1838 por razón del bloqueo que realizó Francia sobre el Río de la Plata, operación militar que aprobó el gobierno británico creyendo que Rosas se vería obligado a derogar la Ley proteccionista que perjudicaba sus intereses comerciales.
La defensa de la soberanía fue motivo para que el General San Martín se comunicara con Rosas poniéndose a sus órdenes, y escribiera proféticamente que “…este injusto bloqueo… no me causaría tanto cuidado si entre nuestros compatriotas hubiera más unión y patriotismo. Pero con los elementos discordantes de que se compone nuestra patria, mucho temo que el gobierno no pueda sostener con energía el honor nacional y se vea obligado a suscribir a proposiciones vergonzosas, última desgracia que puede caberle a un pueblo que tiene sentimientos de honor”.
Un grupo de opositores a Rosas buscó la alianza de los franceses para lograr su derrocamiento y la imposición de un gobierno “culto” ligado a las potencias europeas. Juan B. Alberdi fue muy claro al preguntarse en una artículo periodístico, “¿dónde estaría el honor de los argentinos batiendo y venciendo a los franceses?, ¿en volver otra vez a arrodillarse a los pies de Rosas?… Nuestra idea es la de garantir por medio de un tratado con la nación francesa, la estabilidad de una carta constitucional que asegurase a la porción más civilizada y culta de nuestro país una preponderancia en la dirección social contra las propensiones de las masas ignorantes a subyugarla por la fuerza bruta…”
Al respecto, San Martín señaló con contundencia: “…lo que no puedo concebir es que haya americanos que por un indigno espíritu de partido se unan al extranjero para humillar a su patria y reducirla a una condición peor que la que sufríamos en tiempos de la dominación española. Una tal felonía, ni el sepulcro la puede hacer desaparecer”.
En 1839, Juan Lavalle -el fusilador del gobernador Dorrego en 1828- apoyado por la flota francesa, invadió nuevamente nuestro país para imponer el poder de los sectores liberales “cultos y civilizados”.
Las conspiraciones se sucedieron a la invasión de Lavalle, que esperó infructuosamente la adhesión popular. El pueblo acudió en masa a la defensa de su gobierno. Lavalle debió retirarse. La continuidad del bloqueo ya no era negocio para las potencias, de tal modo que los gobiernos de Francia y Buenos Aires firmaron un acuerdo. El ejército francés se retiró y la Argentina pudo defender con honor su soberanía.
La pérdida del apoyo francés fue fatal para los sublevados unitarios. Lavalle, luego de una persecución por todo el país, murió en Jujuy, en una situación poco clara, que merece un estudio particular.
En 1845, Francia e Inglaterra estblecieron una alianza y se lanzaron militarmente otra vez sobre el Río de la Plata, sobre Rosas y su política proteccionista.
El nuevo bloqueo fue acompañado por bombardeos sobre Buenos Aires y pillaje a lo largo de nuestros ríos interiores.
Rosas preparó la defensa con baterías desde la costa, acompañadas por el tendido de gruesas cadenas atravesando el río sobre algunos lanchones, especialmente en un punto en el que el Río Paraná se angosta y hace una curva, la Vuelta de Obligado (cerca de San Nicolás).
El 20 de noviembre de 1845 se produjo allí el encuentro entre las tropas argentinas comandadas por el General Lucio Mansilla y 18 vapores con tropa inglesa y francesa.
El ejército argentino sufrió 250 muertes y 400 heridos. Los invasores -si bien lograron vencer la resistencia- tuvieron un costo elevado ya que debieron enfrentar un ataque argentino continuo a lo largo del río. A largo plazo, la ocupación militar del río no produciría el efecto esperado de vencer la resistencia del pueblo argentino.
Tres años más tarde, la continuidad del enfrentamiento obligó a las potencias a firmar sendos acuerdos, en los que se aceptaba finalmente la soberanía argentina sobre los ríos interiores.
Sin embargo, poco duró esa soberanía ganada a fuerza de sangre argentina y americana. En 1851, Justo José de Urquiza, gobernador de Entre Ríos y jefe del Ejército de la Confederación Nacional, se levantó en armas contra Rosas y permitió el ingreso del ejército brasileño a nuestro país. Su traición fue pagada con dinero extranjero.
La Batalla de Caseros en 1852 determinó la derrota y expulsión de Rosas.
Las potencias lograron dejar sin efecto el sistema de protección, destruir nuestro sistema productivo e imponer el liberalismo que nos sentenció a integrarnos al esquema internacional de la División Internacional del Trabajo como productores de materias primas y consumidores de productos elaborados por las potencias.
Este estatus de colonia económica fue convalidado en nuestra Constitución Nacional que aún hoy, a 164 años -y a pesar- de aquella epopeya de la Vuelta de Obligado, sigue afirmando que es atribución del Congreso Nacional “reglamentar la libre navegación de los ríos interiores…”.
La batalla de la Vuelta de Obligado no está muy ligada al sentimiento nacional más que en el recordatorio que se hace, débilmente, cada año para el 20 de noviembre. Esta falta de memoria quizás sea producto de la imposición del pensamiento liberal junto a aquel otro que sentenció la superioridad de lo europeo y trató -sin lograrlo- de borrar todo lo que fuera expresión de lo americano.
La soberanía es el territorio, así como lo es la economía y la cultura. La soberanía es la libertad, es la vida. La defensa de nuestra soberanía -la vida- continúa siendo hoy como en aquel 20 de noviembre de 1845, nuestra más importante tarea para construir y legar a nuestros hijos un mundo mejor.

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2 pensamientos en “La soberanía nuestra de cada día

  1. Legui Responder

    Buen día.
    Mi duda es de como la constitución convalida el estatus de colonia a nuestra Patria.

    • Coordinador Autor de la entradaResponder

      El artículo que señalé de la Constitución Nacional de 1853 resulta fundamental para entender la posición de dependencia que adoptó nuestro país frente -especialmente- a Inglaterra. Me refería a la libre navegación de los ríos interiores.
      Aquí lo consideramos un gran avance mientras que en Inglaterra (de donde se supone que sacamos el modelo liberal) un barco extranjero no podía utilizar los ríos interiores debido a la fuerte restricción legal. La libre navegación de los ríos interiores de Inglaterra -establecida en la Carta Magna de 1215- se refería sólo a la libertad de navegación para los barcos y comerciantes ingleses, por lo que se promovía su comercio interno y por ende, su economía. Las mercaderías que ingresaban a la isla debían hacerlo en barcos ingleses, con fuerte control proteccionista.
      El acceso de barcos extranjeros a los ríos interiores de Inglaterra estaba sujeto a regulaciones y acuerdos específicos, y no era considerado un derecho automático. Las políticas de navegación para barcos extranjeros estaban sujetas a las relaciones diplomáticas, acuerdos comerciales y regulaciones aduaneras vigentes en ese momento, lo que significaba que el acceso de barcos extranjeros a los ríos interiores de Inglaterra no era tan libre como para los barcos nacionales. La idea es que se permitía ingresar aquello que Inglaterra necesitara. Eso es diametralmente opuesto a la política impuesta luego de Caseros.
      Saludos cordiales

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