Por Carlos Solero
Desde la instalación de los golpistas en la República de Honduras que destituyeron con argucias al presidente Manuel Zelaya, la violencia del ejército en las calles con población desarmada e indefensa ha sido moneda corriente.
Sólo la ambigüedad de la administración Obama y los desajustes con las fuerzas armadas de la principal potencia del Planeta explican la persistencia de una situación claramente violatoria de los derechos humanos.
No se trata de exigir intervencionismo belicista, sino del respeto por la vida de las personas que habitan un país empobrecido por el atraso y la corrupción de la que son responsables las diez familias asociadas al Imperio que usufructúan la riquezas de todos. Capaces de arrasar con la vida de todo un pueblo con tal de continuar con su rapacidad.
La Comunidad Internacional ha repudiado por distintas vías a los golpistas, pero éstos permanecen impertérritos en su prepotencia, censurando información, matando periodistas, atacando a los defensores de las libertades colectivas e individuales..
Latinoamérica está volviendo a sentir los pasos de autoritarios, sedientos de lucro.
Es preciso movilizarse en cada rincón del mundo para acompañar la resistencia del pueblo hondureño que busca un destino de justicia.