Por Maia Klein (de la Redacción de Margen)
Nadie puede ya discutir ni esbozar un argumento convincente en torno al desigual acceso a distintos bienes, servicios y medios de satisfacción de lo que podemos denominar necesidades básicas de la población. Apoyado en los procesos de estigmatización que sufren determinas áreas geográficas, este hecho agudiza aún más las desigualdades e injusticias sociales que afectan a lugares no tan recónditos como Isla Maciel.
Luego de pasar varios días allí, hablando con diferentes actores y referentes sociales se abrió ante nosotros el entramado de un barrio humilde de la ciudad de Avellaneda.
Sin ánimo de generar nuevas estigmatizaciones, pareciera cumplirse la máxima según la cual en este lugar existe al menos un derecho garantizado, y es el del acceso a alguna comisaría para los jóvenes que circulan por allí. Sin embargo, esta máxima no afecta a quienes ingresan a Isla Maciel a realizar alguna labor, tal es el caso de nuestros entrevistados. Sólo uno de ellos reside en el barrio, pero aún así no se ve afectado por esta lógica persecutoria de portación de rostro, nos referimos al Padre Francisco Olveira Fuster. Los demás entrevistados aunque no viven en el lugar, pasan allí varios días y horas a la semana trabajando junto al cura en un Programa de Inclusión Social llamado Envión, ellos son dos trabajadores sociales, Agustín Moñino y Luis Buchanan, y la maestra Graciela San Martín.
Esto comentaron:
Entrevistadora: ¿Cómo es la relación que mantenés con la policía? ¿Es igual a la que tienen los chicos del barrio?
Francisco: Y no… saben quien soy y me “respetan”.
Agustín: No, nunca va a ser igual, primero porque yo soy más grande, además saben que no soy de la Isla. A mí no me van a pedir documentos por “giladas”; y aunque llegara a pasar, jamás va a ser el mismo trato que tengan hacia mí que hacia alguno de los pibes.
Luis: No es la misma relación, a mí es como si me ignoraran.
Graciela: Supongo que no es la misma relación pero no tengo ninguna relación con ellos.
Frente a esta máxima esbozada aquí con cierto fatalismo, se impone otra realidad y es la que estos mismos jóvenes padecen en éste como en tantos otros lugares de la Argentina y es el acceso denegado a la educación, a la salud, a una vivienda digna, a ver a sus padres trabajar.
Allí es donde comienza se erigirse ante nosotros la posibilidad de reconocer el entramado recién señalado, y es que tal como afirma Robert Castel “el desarrollo del Estado social es coextensivo a la expansión de las protecciones”, y en este sentido “opera como un reductor de riesgos. Su rol protector ha sido esencial”. Pese a la notoria ausencia del Estado en varios aspectos, nuestros entrevistados sostienen y de hecho llevan adelante un programa municipal que busca la inclusión de algunos de estos jóvenes que tienen entre 12 y 17 años y que día a día se esfuerzan por finalizar sus estudios y aprender un oficio. Tarea en lo absoluto sencilla pero a la que apuestan con entusiasmo y profesionalismo, para ello discuten en torno a varios ejes y señalan:
Entrevistadora: ¿Cómo pensás que se puede combatir la Inseguridad social?
Francisco: Sobre todo: trabajo y educación, salud, programas de inclusión social, apoyo a la sociedad civil en sus tareas de promoción social, etc.
Agustín: Políticas públicas inclusivas, con la presencia del Estado, con políticas universales y que abarquen las necesidades de la gente y del barrio, y no a través de acciones aisladas. Creo que hay cosas que el Estado debe regular pero hay que hacer extensiva esa responsabilidad a otros actores. Con voluntad política, se puede.
Luis: Trabajando a largo plazo y con paciencia. Fomentando y apoyando la organización barrial.
Graciela: Con alimentación, educación, empleo digno. Todo esto con responsabilidad y tiempo porque nada es instantáneo.
Lejos de aquí, frente a otra realidad y en otro contexto, pero frente a la misma pregunta Castel observaba que “sólo se puede neutralizar el aumento de la Inseguridad social si se le da, o no, seguridad al trabajo”.
Evidentemente, cualquier línea de acción debe partir de comprender que el debilitamiento de las coberturas sociales y civiles mínimas junto a las nuevas amenazas que afectan a la sociedad son solidarias con la Inseguridad social a la que nos referimos. Como la tarea de quienes llevan adelante el Envión Maciel, la tarea es en lo absoluto sencilla, pero al menos en su caso el puntapié inicial ya está dado.
Para lo otro acordamos en que es a través de los caminos que señalan Francisco, Agustín, Luis y Graciela y que reclama todo un barrio, una ciudad, una provincia y ya que no es posible pensar nuestra realidad aislada, el resto del país. Tan sólo certezas para combatir la incertidumbre, ese es el reclamo más palpable y evidente luego de recorrer la Isla Maciel.