Por José Luis Parra
Se denomina “Historia Oficial” al relato de los hechos del pasado desde la óptica y según la conveniencia de quienes detentan el poder.
El dominio del pasado es imprescindible para gobernar sobre el presente. Así lo entendía Bartolomé Mitre, el gran artífice de la Historia académica que colocó en su sitio a buenos y malos en nuestros orígenes patrios.
También lo entendía así José María Ramos Mejía, quien desde su puesto (desde 1908 a 1913) en el Consejo Nacional de Educación, instituyó lo que se conoce como la liturgia patriótica en las escuelas argentinas, colaborando a modelar al nuevo argentino respetuoso de los valores propios de la elite gobernante aliada a los intereses británicos.
Ramos Mejía llevó hasta límites extraordinarios la filosofía positivista y el darwinismo social, señalando a los pueblos como seres vivos en los que las clases inferiores constituían el músculo comandado por las clases superiores que cumplían las funciones de cerebro.
El mismo Ramos Mejía explicó cómo consideraba a esos niños “formados” bajo un modelo superior y nunca puesto en duda: “…sistemáticamente y con obligada insistencia se les habla de la patria, de la bandera, de las glorias nacionales, y de los episodios heroicos de la historia; oyen el himno y lo cantan y lo recitan con ceño y ardores de cómica epopeya, lo comentan a su modo con hechicera ingenuidad, y en su verba accionada demuestra cómo es de propicia la edad para echar la semilla de tan noble sentimiento. Yo siempre he adorado las hordas abigarradas de niños pobres, que salen a sus horas de las escuelas públicas en alegre y copioso chorro, como el agua por la boca del caño abierto de improviso, inundando la calzada y poblando el barrio con su vocerío encantador…”
Como una de las formas para lograr ese “ser argentino”, Ramos Mejía determinó las “…alusiones patrióticas que deberían realizarse en todas las materias, en la veneración sistemática de los símbolos patrios, festejos solemnes, etc.”…
El disciplinamiento no terminaba con la formación escolar. La generación del ’80 no dejó ningún espacio para la oposición a su modelo. La escuela fue el primer ámbito de modelado para las nuevas generaciones de argentinos conformadas por el mestizaje con miles de inmigrantes de origen europeo. El segundo ámbito disciplinar fue el servicio militar obligatorio para muchachos de 20 años (1902), ya que la mujer estaba marginada de la vida política, tanto en lo público como en lo privado.
Como señaló el General Alberto Capdevila durante la sesión de la Cámara de Diputados en la que se trató esta Ley, “…a ese recluta que proviene de un pueblo todavía sin la suficiente formación, tiene el oficial subalterno que inculcarle, ante todo, la subordinación absoluta, es decir, la abdicación de su personalidad…”
La liturgia fue más allá hasta convertirse en un verdadero lavado de cerebro que incluyó: la entronización de héroes incontrastables y lejanos a todo rasgo de humanidad; la imposición de movimientos, posturas y gestos repetidos sistemáticamente desde la infancia; la separación física de los jóvenes de sus escenarios propios, imponiéndoles nuevas repeticiones de gestos y valores.
Años más tarde, los nazis sabrían capitalizar estas prácticas. Heinrich Himmler expresó la importancia de los campos de concentración, lugares en los que se alojaba a “hombres inferiores desde el punto de vista racial…”
Richard Glücks, inspector en uno de esos “campos”, explicó que “hay que inculcar a los detenidos la idea de que el sentido del sacrificio, la verdad, la honradez, el amor a la patria, la limpieza, la diligencia y la sobriedad son las vías que llevan a la libertad….”
La Historia Oficial entonces es una de las tantas herramientas utilizadas para moldear personas con el fin de “adaptarlas” a un estatus socio político y económico desfavorable. Dado que la Historia Oficial es inconsistente, indemostrable y falaz, fue necesario imponerla por la fuerza.
Como señala el sociólogo estadounidense Vance Packard: “el condicionamiento funciona mejor cuando las personas a las que se quiere moldear se encuentran en un medio controlado, como un hospital, una prisión o una escuela. Funciona mejor cuando el cambio de conducta deseado es específico (por ejemplo, quedarse en su asiento). Y funciona mejor en personas que no se encuentran muy avanzadas en su aprendizaje…”
La oligarquía del “Centenario” ideó un pasado que la avalara en la construcción de un modelo argentino consolidando una legislación que le permitiera perpetuarse en el poder con el manejo de los extraordinarios recursos naturales de nuestro país.
Sin embargo, los argentinos no permanecieron mansos, y a partir de numerosas expresiones de lucha enfrentaron y continúan enfrentando -con mayor o menor éxito- ese modelo oligárquico.
El alcance del voto universal expresó un nuevo valor de inclusión, que aún hoy debería fortalecer el proceso de apropiación popular del pasado para la construcción de un futuro común.
Sin embargo, más allá de algunos intentos por popularizar la Historia, que terminan muchas veces frivolizándola sin propiciar un debate necesario, no se ha logrado revisar nuestro pasado para recuperar la verdad.
Por otro lado, en los últimos años la Historia oficial supo variar su óptica y mostrarse actualizada, quizás como modo de no generar reacciones no deseadas. De tal manera, desde muchos espacios académicos se busca más la indiferencia que una aceptación inconsciente de la ideología dominante.
Hoy se trata principalmente de dominar el presente, por lo que se ignora completamente el pasado.
Por ello, para muchísimos jóvenes argentinos la Historia resulta aburrida, escenario en el que no hay disposición para realizar una lectura crítica.
Arturo Jauretche lo sentenció con claridad: “la falsificación -de la historia- ha perseguido precisamente esta finalidad: impedir, a través de la desfiguración del pasado, que los argentinos poseamos la técnica, la aptitud para concebir y realizar una política nacional. Mucha gente no entiende la necesidad del revisionismo porque no comprende que la falsificación de la historia es una política de la historia, destinada a privarnos de experiencia que es la sabiduría madre”.
La nueva historia oficial: de la historia aburrida a la no historia
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