Por Carlos Solero
Resulta paradójico afirmar que vivimos en la sociedad de los objetos.
En efecto, si según las diversas teorías la sociedades son conglomerados de personas, es decir la resultante de un acuerdo libre o coactivo para la resolución de los problemas colectivos de la subsistencia: alimentación, refugio (del frío, el calor, las lluvias, la nieve, etc.), protección mutua en tiempos de enfermedad y otras cuestiones esenciales.
¿Cómo es posible pensar en una sociedad de objetos y no de sujetos?
Pues porque existe un predominio de los objetos sobre los sujetos.
Quizás, algunas de las claves podamos encontrarlas en los escritos de Pedro Kropotkin, quien señala que la sociedad es anterior al Estado, y que éste es un producto de la acaparación de poder por parte de una elite de guerreros y sacerdotes que usurpan la voluntad colectiva y someten al resto con persuasión y violencia coactiva.Estos funcionan como escuderos de los verdaderos detentadores del poder, los capitalistas.
En su libro El apoyo mutuo, el sabio ruso explica que en los procesos migratorios en la transición del salvajismo a la barbarie las hordas de pastores nómades doblegaron y sometieron a las de agricultores sedentarios. En buena medida es el inicio de la esclavitud como modo productivo de la antigüedad. Le sucederá el Feudalismo y luego, el capitalismo.
Ya en el capítulo de El Capital dedicado a la mercancía, Carlos Marx explica el fenómeno al que llama: “carácter fetichista de la forma mercancía”, en el capitalismo, la enajenación de la fuerza de trabajo a los productores directos, implica que predominen los valores de cambio por sobre los valores de uso. En el reino de las mercancías la fuerza de trabajo humano alienada se transforma en una mercancía más, y las mercancías son un fetiche adorado por los explotadores y también por los explotados y oprimidos como en otros tiempos lo eran los tótemes, símbolos del poder.
Todo esto implica subjetividades también alienadas (las de los proletarios) y con trabajo forzado para obtener los medios de subsistencia. La clase ociosa mantiene sus privilegios gracias al monopolio de la violencia estatal, garante de la propiedad.
En la sociedad capitalista, sociedad de los objetos, no es posible la libertad sino para unos pocos, como afima T. W. Adorno “no habrá ninguna libertad mientras cada cosa tenga su precio, y en la sociedad cosificada, sólo como tristes rudimentos de libertad existen cosas que están exceptuadas del mecanismo del precio. Pero, si se observa más detenidamente, se encuentra casi siempre que también ellas tienen su precio y son añadiduras a las mercancías o, al menos, a la dominación: los parques hacen aceptables las prisiones a quienes no están dentro.” Se genera entonces la falsa conciencia de la libre elección, cuando en realidad el capital y la autoridad son omnipresentes.
Aunque también la potencial rebeldía anida no sólo en la mente si no y sobre todo en los cuerpos hermanados e insumisos.