Por Carlos A. Solero
En su ya célebre libro El antiedipo(Capitalismo y ezquizofrenia) Félix Guattarí y Gilles Deleuze plantean cómo el sistema en el cual los objetos-fetiches dominan a los productores alienados, es el que genera locura.
Pero es la locura algo que también se torna un analizador social, es decir que por ejemplo el delirio megalomaníaco de un gobernante coaligado con magnates industriales y empresarios del armamentismo, puede propaganda de por medio llegar a confundirse con un proyecto colectivo. Claro que ese delirio, mediado por discursos a las masas puede actuar como ideología y falsa conciencia que termine de revestir la alienación.
Ahora bien, si la rebeldía popular cobra formas organizativas, de ocupación efectiva del espacio público, para acabar con las injusticias, puede ser sin más tildada de locura y entonces las maquinarias de destrucción de cuerpos y vidas se ponen en marcha.
Como borrar de nuestras neuronas y retinas, las imágenes de los gendarmes en Cutral Có, avanzando cual un enjambre de terminators sobre la multitud de hombres y mujeres excluídos, humillados y ofendidos, estigmatizados por práctica de autodefensa. O bien aquel día de junio de 2002 en el Puente Pueyrredón dónde la brutalidad uniformada aniquiló la solidaridad de Maxi Kosteki y Darío Santillán. O bien las escenas de los maestros neuquinos y la balacera que acabó con la vida de Carlos Fuentealba.
Sólo discursos delirantes pretenden justificar, presentándose como razonables semejantes atropellos.
Sin embargo, y por estos días esas imágenes sonríen otra vez impertubables desde las carteleras.
Delirios entronizados para que continúe la dominación, manipulando deseos.
Es preciso luchar para neutralizar por siempre a los sociópatas hacedores del malestar general.
Delirios
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