La división americana de ayer, hoy y mañana

La enseñanza de la Historia adquiere gran importancia en nuestros países “subdesarrollados” o periféricos. Su análisis crítico hace posible adentrarnos en los orígenes de nuestros problemas para encontrar el hilo de la madeja que nos permita tomar decisiones de acuerdo a nuestros propios intereses.

Por José Luis Parra


Enrique de Gandía señalaba en 1932: “la enseñanza de la Historia que se imparte en las escuelas elementales tiene una importancia grandísima pues el noventa por ciento de los alumnos no recibe otra instrucción y durante toda su vida no recuerda otras nociones históricas… La enseñanza deficiente y errónea es lo que ha hecho que muchos hombres que luego no han proseguido sus estudios, pero a quienes los azares de la política han elevado a altos puestos, divulguen y traten de imponer conceptos históricos por completo equivocados…”

A 200 años de los acontecimientos impulsados por la determinación de miles de americanos que dieron su vida para lograr nuestra independencia de España, debemos repasar circunstancias, ideas y acciones, para no caer en nuevos errores que nos impondrían más penurias y sometimiento.

El mapa del Virreinato del Río de la Plata se desmembró a partir de la guerra contra España en nuevos países: Argentina, Bolivia, Chile, Paraguay, Uruguay y una porción del sur brasileño. La política inglesa impuso así el viejo axioma de “divide para reinar”.

Hoy, esta región tan rica en riquezas naturales y sin embargo sumida en el subdesarrollo y el endeudamiento, vuelve a ser sacudida por la intención de seguir achicando y dividiendo con el objeto de mantener y aun profundizar el estatus de colonia, propiedad de las grandes corporaciones multinacionales.

El testeo para confirmar la continuidad del plan se está llevando a cabo ya en Bolivia. Santa Cruz de la Sierra, como la Patagonia, es rica en petróleo y gas, madera y agua. Los herederos de aquellos que traicionaron a su “terruño”, a su pueblo y su cultura, se encuentran empeñados en convertirse en los modernos personeros de los intereses extranjeros.

Así, analizar la historia de la conquista y dominio de la Patagonia en ese contexto nos alumbra acerca de un posible futuro no deseado.

La sed desenfrenada de riquezas determinó el saqueo de millones de hectáreas en el sur patagónico y produjo el sometimiento hasta la extinción de naciones como los Onas. Luego de la acción de la fuerza bruta llegó el turno de los intelectuales que demostraron lo “inevitable” del proceso civilizador. Las explicaciones fueron varias, sintetizadas maravillosamente en la sentencia “Conquista del Desierto” (1879). Como si esas tierras no hubieran estado habitadas, se ponderó a los conquistadores como virtuosos dominadores de un “páramo desierto” “inhóspito”, “inculto” y “ajeno” a la civilización.

La introducción de la cría de ganado ovino en la Patagonia desencadenó años más tarde la caza de los indígenas y determinó su fin. El Padre Alberto María De Agostini (misionero salesiano) dejó testimonio sobre este drama: “Aventureros de la peor especie, buscadores de oro y cazadores de focas, cometieron impunemente actos nefastos contra esas infelices criaturas a quienes después ultimaban sin piedad. Para los onas, el principal agente de su rápida extinción fue la persecución despiadada y sin tregua que le hicieron los estancieros, por medio de peones ovejeros quienes, estimulados y pagados por los patrones, los cazaban sin misericordia a tiros de winchester o los envenenaban con estricnina, a punto casi de exterminarlos, hasta quedar como únicos dueños de los campos primeramente ocupados por los aborígenes…”

La producción de lana requería mano de obra, razón por la que la Patagonia se pobló con miles de trabajadores, muchos de ellos inmigrantes de la vieja Europa.

En la década de 1920 se produjo una crisis internacional en el mercado de la lana. Los estancieros buscaron ahorrar y no cumplieron con los convenios con los trabajadores. Ante el reclamo de éstos, los propietarios de las tierras los desalojaron de las estancias y de los hoteles con el apoyo de la policía. El enfrentamiento se zanjó con el envío de tropas desde Buenos Aires, encargadas de “pacificar”, lo que lograron con persecuciones y fusilamientos colectivos (Patagonia trágica).

A pesar del apoyo de los gobiernos nacionales, los nuevos propietarios de la tierra -en muchos casos compañías inglesas- evitaban el pago de impuestos haciendo salir sus cargamentos de lana -sin control- desde los mismos puertos patagónicos con la complicidad de los gobiernos provinciales.

La historia patagónica pone en evidencia una diversidad de concepciones en relación a la patria. Para los pueblos originarios, la patria era su cultura en relación a la tierra. Para los criollos nacidos en América (como los gauchos), la patria era el terruño, el lugar donde desarrollaban sus raíces. Para los pobres, gauchos reconvertidos a peones rurales por obra del alambrado o inmigrantes de la empobrecida Europa, la patria fue el trabajo. Y para los nuevos terranientes apropiadores de la tierra americana, la patria fue el dinero; sus ganancias se fundamentaron en la apropiación de tierras ajenas, en la explotación de los trabajadores y en el copamiento del Estado para utilizar las leyes y la fuerza represiva en su propio beneficio. Las clases dominantes argentinas buscaron sus aliados en las grandes potencias, se subordinaron a sus necesidades para obtener una tajada de sus infames ganancias.

No fue extraño entonces que plantearan la contradicción “civilización o barbarie”, señalando lo europeo como signo de progreso y lo americano como expresión del atraso; que cumplieran los mandatos de Inglaterra, ascendida a Primera Potencia a partir de imponer la división internacional del trabajo: los países subdesarrollados producían las materias primas y consumían los productos elaborados por sus fábricas con el valor agregado de su industria y el control de las rutas comerciales. Para aumentar su poder, Inglaterra promovió la descomposición de los antiguos territorios que integraban el Virreinato del Río de la Plata, haciendo pelear y endeudar a los nuevos países.

Ayer el antiguo Virreinato del Río de la Plata, hoy Bolivia. ¿Será el futuro de la Patagonia la crónica de un destino anunciado?

El Libertador Simón Bolívar escribió la Carta de Jamaica en 1815: “los americanos, en el sistema español…, no ocupan otro lugar en la sociedad que el de siervos propios para el trabajo, y cuando más el de simples consumidores; y aun esta parte coartada con restricciones chocantes; tales son las prohibiciones del cultivo de frutos de Europa, el estanco de las producciones que el rey monopoliza, el impedimento de las fábricas que la misma península no posee, los privilegios exclusivos del comercio hasta de los objetos de primera necesidad; las trabas entre provincias y provincias americanas para que no se traten, entienden, ni negocien; en fin, ¿quiere V. saber cuál era nuestro destino? Los campos para cultivar el añil, la grana, el café, la caña, el cacao y el algodón; las llanuras solitarias para criar ganados; los desiertos para cazar las bestias feroces; las entrañas de la tierra para excavar el oro, que puede saciar a esa nación avarienta.

Sus palabras deberían ser escuchadas en estos días. Como señaló Bolívar, “yo deseo más que otro alguno ver formar en América la más grande nación del mundo, menos por su extensión y riquezas que por su libertad y gloria”.

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