Un pensador del siglo XIX afirma que de algún modo los espectros de los muertos oprimen la conciencia de las generaciones sucesivas como si nunca se hubieran ido del todo. Condicionan sus actos e influyen en sus acciones cotidianas.
En efecto, quién puede negar, pasadas más de tres décacadas, que el efecto del terrorismo estatal no persiste en la vida económica, social y cultural de la Argentina.
Por Carlos A. Solero
El 24 de marzo de 1976, día fatídico, marca un hito imborrable en lo que refiere a las continuas y persistentes crisis a que se somete a la población. Martínez de Hoz, Videla, Massera, Galtieri, Agosti y cía., llevaron adelante la desindustrialización forzada del país, una devastación de las empresas de servicios públicos: Entel, YPF, YCF, Gas, Correos, etc.
En lo referente a la educación y la cultura, no sólo persiguieron a maestros, profesores, estudiantes y pedagogos, sino que produjeron un vaciamiento aun perceptible en los medios de prensa.
Cabe señalar que la banalización del sufrimento colectivo es un efecto residual de tanto autoritarismo, continuado por otros medios durante los años noventa, con leyes de educación desarticuladoras de la escuela pública como la Ley Federal de Educación y la Ley de Educación Superior (impuestas durante el menemismo 1989-1999) y continuadas por la alianza De La Rúa /C.Alvarez.
El embrutecimiento masivo arranca con la triple A en 1974, amenazando escritores, actores, cineastas y dramaturgos, obligándolos al silencio o al exilio,aniquilando vidas y existencias a mansalva.
De aquellos polvos, estos lodos. La dictudra terminó, no así el proceso de desestructuración social que impuso de modo brutal y genocida la exclusión social.
Hoy más de la mitad de los habitantes de la Región viven sumidos en la pobreza.
Los espectros de los luchadores sociales detenidos-desaparecidos son presencias insoslayables de este presente canallesco de claudicantes y conversos.
Ahora, los represores dicen estar dementes, amnésicos y esto es sólo una expresión más de su sociopatía activa.
No olvidar, no perdonar y no reconciliarse es el imperativo que enarbolamos como bandera de nuestra digna resistencia.
Carlos Solero
Miembro APDH-Rosario