El síndrome del caudillismo

Por Carlos A. Solero

La delegación explícita de las expectativas de cambio social en caudillos es quizás la expresión más contundente del “miedo a la libertad”.

En efecto, este ejercicio de lo que Etiénne de la Boetié llamó la servidumbre voluntaria implica que nuestros actos pasan a estar a merced de la voluntad de terceros encumbrados, dotados según la imaginaria ilusión del delegante de dones o aptitudes excepcionales, serían algo así como seres providenciales omnipotentes y sapientes.


Como bien enseñaron los socialistas materialistas desde el siglo XIX, existen estructuras económicas que condicionan el devenir social, e ideologías que legitiman el sometimiento de las masas por medios brutales y a veces sutiles.

Por una parte la explotación lisa y llana, despiadada otras veces las maniobras políticas que generan la ilusión participativa en regímenes que en realidad son restrictivos y continuistas.

Desde la antigüedad, los caudillos y jefes guerreros devenidos luego en constructores de imperios amasados en sangre y lodo usaron a los pueblos como masa de maniobras, grandes asesinos convertidos en héroes por la vocinglería de sus apólogos. Las centurias sucesivas engendraron también liderazgos autoritarios encarnados en reyes, conndottieris o bien sociópatas como Mussolini, Franco, Hitler, Stalin, Pol Pot, Idi Amin, V.Putin, los Bush (father and junior) y muchos otros.

El siglo XXI, a menos de una década de iniciado, no ha superado esos lastres y surgen nuevas figuras para escena contemporánea, acaso porque como bien decía G.Debord, la sociedad del espectáculo en su vertiginoso devenir no detiene sus fauces triturantes de seres inocentes.

Es preciso superar el síndrome que nos condena al padecimiento de la sumisión, es hora que los pueblos liberados de la ignorancia y los prejuicios recorran sendas que eliminen para siempre las humillaciones y dolores colectivos.

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