Algo más que cosa de chicos…

Por Pablo Cerrato y Silvana Rodriguez

Mucho se dijo y se dice sobre la posibilidad de bajar la edad de imputabilidad de los niños/as que cometen delitos. Quienes sostienen esta postura afirman que así se terminaría con la inseguridad tan presente y promocionada en estos tiempos, algo así como “muerto el perro se acaba la rabia”… Sin embargo, hay algunos aspectos que no son tenidos en cuenta…

En este sentido tenemos, al menos, dos interrogantes:

¿Qué hacer con el delito, con la situación actual, con el estado de las cosas?, y en definitiva, ¿qué hacer con el miedo?

Y por otra parte; ¿cómo solucionamos lo que degenera de lo anterior?

(“Mientras tanto, si quieren, recorremos las calles como turba iracunda en busca de culpables”)

Un primer punto a tratar es, evidentemente, que las fuerzas de seguridad (da cosita pero es el término correcto… mientras lo sea) son insuficientes. Pero esa insuficiencia, si bien tiene un estamento cuantitativo, su parte más funesta es cualitativa. Formación (algo más que secundario completo y luego “Palo y gas 1”, “Pizza y coima 3”), cooperación, coherencia y competencia nacional (el delito se mueve sin fronteras, muchachos) y un objetivo de “orden y seguridad” que sea funcional a un país democrático, y vinculado… a un país arrasado por la ignorancia y la corrupción.

Podemos decir entonces, que se parte de un concepto de seguridad un tanto reducido, sólo restringiéndola a las cuestiones de delincuencia y necesidad de incorporar más policías. De este modo, en esta búsqueda “desesperada” de culpables y responsables, una vez más los grupos más vulnerables son los acusados. En esta oportunidad los niños/as.

En este sentido, no se niega, sino por el contrario, se acepta que hay delitos y que unos tantos son cometidos por niños/as, y de ninguna manera se conciben estos actos como dignos de celebración alguna; pero es necesario entender que es un emergente de otras tantas inseguridades que no están cubiertas, es decir, unos cuántos derechos vulnerados.

Entonces, sería importante al hablar de los delitos cometidos por niños/as, hacer mención también a la cantidad de niños/as que se encuentran bajo la línea de pobreza, indigencia, en situación de deserción escolar, cuántos tienen que salir a trabajar, cuántos cumplen roles de adultos aún siendo niños…

Por tanto, deberíamos preguntarnos por las políticas, los programas, y proyectos que se implementan para dar respuestas a las diversas problemáticas de los niños/as. ¿Se conoce cuáles son los problemas que padecen?; ¿Hay espacios de recreación, contención, socialización?; ¿Tienen alguna oportunidad para proyectar otra forma de vida?; ¿Con qué posibilidades, oportunidades y herramientas reales cuentan?

Porque el hambre, la violencia y la desesperación son mucho más que la causa del delito.
Y la naturalización de la marginación y la delincuencia (con ya más de una generación que tuvo la mala suerte de nacer “abajo” y no conoce otra forma de sobrevivir) tiene más que ver con la distancia entre vecinos y la falta de oportunidades que con la visión de víctimas y victimarios. O no, pero los papeles juegan un enrosque que no se ve hasta que la sangre llega al cordón…

En relación con ello, el segundo proceso –y eso no significa que deba darse después del primero- tiene que ocurrir en forma radical y necesaria. El pueblo (palabras bastardeadas si las hay…) debe educarse. ¿En cordilleras, ríos y cultivos? Por supuesto. ¿En historia, civismo y sociedad? Obvio, no hay forma de pertenecer sino. ¿En democracia, solidaridad, e identidad? Fundamentalmente, porque la amnesia de valores hace al olvido de quienes debemos ser.

En definitiva, la “cultura” es la habilidad fundamental para el uso de cualquier “herramienta” para la vida. Es el lugar justo del conocimiento, el vigor de la herramienta y el tejido que nos hace comunidad.

Re-aprender, como sociedad, nación (y ojala fronteras afuera de mi amada patria latinoamericana) sobre abstractos básicos como Honor, Lealtad, Virtud, Empeño y Justicia.

¿Imputabilidad a menores?…Dado que se condena el daño y no su causa… Si, respondemos a esa pregunta: Si un chico de 10 años mata a un amigo por unas monedas, no vamos a pensar en perdonarlo. Pero no le escapamos a esa cuestión, solo vamos más allá: Poner a un chico de 10 años (o 12 o 15) en una cárcel, o salir a “resolver por mano propia” (la palabra “resolver” se equivocó de oración) es más identificable con una venganza/¿resarcimiento? personal que con una solución. De este modo, creemos que el encierro en cualquiera de sus formas, como modo de respuesta, es sólo una forma más de criminalizar y penalizar.

¿Estudios y estadísticas? El adulto que comete delito, al saber que la condena por su acto es terrible, se siente obligado a “jugársela”, a arriesgar todo y a todos por no ser apresado. El niño que comete delito… bueno, suponemos que debe ser aun más “básico”. La Ley debe ser aplicada con equidad y justicia… La firmeza no es lo mismo que la dureza. Yo preferiría ver qué pasa si el Ministro, el Oficial, el Panadero, el (la) Presidente y vos y nosotros nos hacemos cargo de nuestras falencias y nos apegamos a aquellas normas (escritas o esas que viven en cada comunidad) que no son más que pactos de convivencia. Nosotros intentaríamos… para ver que pasa… por ahí no necesitamos pisar más fuerte, sino caminar para el mismo lado.

Lo urgente no puede quitarle lugar a lo importante. Urge sacar al “asesino del triciclo” de la calle, urge la tener la seguridad de poder caminar, elegir, vivir en la plena seguridad de nuestras libertades e integridad. Por esas mismas urgencias, DEBE ser prioritario y fundamental que el “asesino del triciclo” no pase un tiempo a la sombra para salir igual o peor… y con rabia de años perdidos.
DEBE SER.

Quizas sería bueno que antes de empezar a debatir sobre penas más duras o bajar la edad de la imputabilidad, pudiéramos pensar y hacer para garantizar una niñez plena y feliz, y que estos chicos puedan creer que eso que escuchan que dice llamarse Convención de los Derechos del Niño, no es MÁS QUE -NI MENOS QUE-la declaración de sus derechos (Y NO un cuento creado para desarrollar su creatividad; O UNA EXCUSA para que algunos se pavoneen con palabras vacías…).

¿O alguien duda que si TODOS caminamos, elegimos y vivimos en libertad e integridad, con la seguridad de poder saborear los frutos del esfuerzo, la contención de un vecino –tan distinto a mí- que no me suelta en la caída, y la posibilidad de acceder a las oportunidades; todo eso, atravesado por una concepción de la vida y la justicia común y compartida…; otro gallo cantaría….?

Muchas veces las respuestas ya han sido dadas…

“Nunca el mundo fue tan desigual en las oportunidades que brinda y tan igualitario en las costumbres que  impone” dijo un tal Eduardo Galeano….

“La educación es el gran motor del desarrollo personal. Es a través de la educación que la hija de un campesino puede convertirse en médico, que el hijo de un minero puede convertirse en jefe de la mina, que un niño de los trabajadores agrícolas…
…puede llegar a ser el presidente de una gran nación…”
…. dijo un tal Nelson Mandela

Que las fuerzas de seguridad nos cuiden, con políticas pensadas, serias y contextualizadas con el conflicto y no con el miedo; con la Ley que nos iguale a los ojos del Estado (EL Estado, el de verdad, ese que está formado por Tres Poderes y toda una nación), y la educación haga algo casi precario: Nos permita reconocernos.

Pablo Cerrato – Silvana Rodriguez

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