Por Edwin Sánchez, para El Nuevo Diario (Nicaragua), enero 2008
En una feria, a un minuto de donde el Toro Huaco dotaba a los visitantes de sus ricas coreografías, pases y sonoridades artísticas, se vendían recuerdos civiles de las fiestas religiosas de Diriamba (Nicaragua).
Ahí vi llaveros del Macho Ratón, vi miniaturas de máscaras, vi pinturas alusivas a los bailes del Güegüence, observé los chischiles metálicos y nostálgicos de antiguas danzas, vi las máscaras de Don Forcico, la Suche Malinche y del propio Huehuetzin. Y vi tres imágenes del Che Guevara.
Traté de hallar los rostros de Stroessner, Castillo Armas, Somoza o Pinochet, rastros de sistemas, sistemas que representaron democracias, democracias que se volvieron banderas, banderas que desplegaron su deleznable artificio de libertad contra el comunismo, pero no las encontré ni en esas tiendas profanas ni en otros mercados ambulantes.
Me pregunté qué hacía en aquellas festividades patronales la imagen del Guerrillero Heroico, casi a media cuadra de la Basílica de San Sebastián. ¿Acaso una casualidad, un simple motivo de venta o el tríptico — porque lo formaban distintas expresiones— exhibía la única canonización que recorre América sin orden del Papa?
Cada quien dirá su versión, pero de todos modos, doy fe del hallazgo porque los fieles católicos llevaban sobre los hombros de su devoción a los santos Sebastián, Marcos y Santiago y si algún comerciante vendía artículos civiles y culturales, también se ofrecían tres semblantes de una misma revolución.
Las santificaciones legales predican dos vías para una correcta canonización, después de un proceso judicial: las virtudes heroicas y la vía del martirio. Por supuesto, San Ernesto de La Higuera, como se le conoció después, llenaría estos requisitos, pero al carecer del aura religiosa, no tendría por qué ajustarse al resto de las disposiciones romanas. En todo caso, el Che se volvió en el primer santo indocumentado de América.
Si alguien, llegado a este punto se ve incitado a lanzar sus denuestos, debo recordar que muchos santos que pueblan los almanaques no lo fueron del todo y lo que se pretende hacer con la figura de Pío XII —- cuando la iglesia bendecía los aviones de Hitler— sólo confirmaría las herejías oficiales desde los aposentos eclesiásticos, aunque más de algún cardenal lo tenga por “una gran bendición del cielo para la iglesia y la humanidad toda”.
Yo no tengo inconvenientes en que también hayan santos de izquierda en un cielo atestados de santos de derecha. Por ejemplo, qué santo — digamos un José María Escrivá de Balaguer— le podría poner un pie adelante a un bendito como Monseñor Oscar Arnulfo Romero?
Pero no quiero discurrir sobre las preferencias nazis de don Eugenio Pacelli y su arrepentimiento póstumo, si acaso fuera posible que los muertos arrancaran las peores páginas de sus escabrosas biografías. Lo que yo digo es que por más que busqué la imagen, poster, cartel o pintura del terrorista Luis Posada Carriles, no hallé ningún rastro material de aquella obscena idea de Carlos Alberto Montaner: “Nadie se explica por qué los medios de comunicación en Occidente son menos severos con Guevara. Nadie lleva una camiseta con el rostro de Posada”.
La infamia no es un buen producto para vender y se ve que hasta los negocios más anómalos muestran algún tipo de escrúpulo, lo que desmiente a estos mismos ideólogos defensores de las “fuerzas ciegas” del libre mercado.
Muy identificado con un sector de los cubanos en el exilio, Montaner llegó así a poner en la misma balanza no al Ché Guevara, sino la idea que de él tiene, con el hombre que colocó una bomba en un avión de Cubana donde viajaban sólo deportistas isleños. “Los dos fueron hombres que sacrificaron el bienestar de sus familias por defender violentamente sus ideas”, fue la simplista fórmula de Montaner para intentar borrar, post mortem, lo que con su vida Guevara escribió en la Tierra.
Desde aquella demencial recomendación, ningún vendedor de recuerdos volátiles y nostalgias extremas se ha sentido animado a reproducir las fotos de Luis Posada Carriles para ofertarlos a sus “multitudes” de admiradores.
Seguramente el próximo capítulo para los escritores de esta zona ideológica, será la propuesta de la canonización en vida de Posada Carriles, aprovechando la eliminación que Juan Pablo II hiciera de la figura del “abogado del diablo”. De hecho, algo de ello parece lograr por adelantado: el tipo se mueve por los aeropuertos como un inocente ciudadano, incapaz de sonar sus palmas contra un zancudo y casi listo para subir a una peaña (-tarima delante del altar-).
Por supuesto, ningún sensato en este mundo estaría dispuesto a gastar su dinero para comprar una camiseta con la cara de un criminal y mucho menos cargarlo en hombros si acaso no fuera para tirarlo al vertedero más cercano…
Primer Santo indocumentado de América
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