Por Carlos Solero
A los ochenta y un años se apagó la vida del psicoanalista y dramaturgo Eduardo Tato Pavlosky.
La noticia nos conmueve. Moviliza la necesaria reflexión acerca de la finitud de la existencia y de la inmensa pérdida que significa la muerte de uno de los intelectuales críticos contemporáneos más sobresalientes y singulares de las últimas décadas.
Por más de medio siglo Pavlosky, a través del teatro, indagó la sociedad y la condición humana en diversos aspectos.
¿Cómo olvidar aquella inquietante obra titulada El señor Galíndez en la que el ausente es el omnipotente cabecilla de un grupo de torturadores de luchadores sociales? Resulta imposible soslayar a los personajes de Potestad y la ambivalencia tenebrosa del verdugo y la fragilidad de las víctimas de las desapariciones forzadas de personas y el Terrorismo de Estado.
Eduardo Pavlosky hizo de la palabra una herramienta, cuando no un estilete para que de lo profundo de la epidermis social broten la angustia colectiva, emerjan algunas de las lacras que laceran la sociedad, los perversos discursos, las manipulaciones del ejercicio de los micro y macropoderes.
Tato Pavlovsky nunca cesó de llamar a la resistencia contra la dominación, de incitar a la profunda reflexión acerca de la condición humana, sus grandezas y miserias.
El Psicoanálisis, el Teatro, las notas periodísticas, la dirección y la eventual actuación. Un ser polifacético capaz de impugnar desde los bordes de la locura los contrasentidos de la sociedad que se autodenomina “normal”. Lo recordamos junto a Norman Briski en antológicos diálogos que desmontaban imposturas y rasgaban los velos de la hipocresía.
Sin Tato Pavlosky estaremos más solos, más a la intemperie resistiendo, pensando, buscando combatir la resignación y el desencanto.