Los movimientos migratorios son parte de la historia de la humanidad. Sin hacer un relato histórico, podemos señalar que las oleadas migratorias se han producido ante condiciones desiguales de recursos y oportunidades entre dos espacios, como por ejemplo las ciudades neolíticas agrarias y los pueblos de cazadores nómadas abrumados por el aumento de la población y la escasez de alimento.
Otro ejemplo de oleadas migratorias lo encontramos en la Roma imperial. Los pueblos germanos cruzaban las fronteras y se establecían en las márgenes del Imperio huyendo de la violencia y el hambre. Al paso de los años se integraban al sistema, en muchos casos en el ejército romano defendiendo las fronteras de nuevas incursiones de pueblos vecinos.
A partir de su integración al ejército, los descendientes de migrantes llegaron a ocupar altos cargos e incluso llegaron a ser emperadores. Este proceso se extendió durante varios siglos, pero al fin produjo la caída del Imperio Romano y el inicio de un nuevo modelo político y económico.
Las migraciones también son parte de la historia americana, pero desde hace algunas décadas la frontera entre México y Estados Unidos de Norteamérica ha sido escenario de un aumento creciente de tráfico de personas, violencia y corrupción.
La imposición del modelo capitalista en nuestro continente aumentó las desigualdades, la expoliación de los recursos naturales, la falta de infraestructura productiva y de servicios, el acceso a los sistemas de salud y educación, etc. En correspondencia, se institucionalizó la corrupción que se extiende entre funcionarios públicos, órganos de gobierno, fuerzas policiales y ejércitos, relacionándose en forma íntima con bandas o grupos, tanto parapoliciales como independientes o parte del crimen organizado, el narcotráfico, etc.
Miles de mexicanos intentan cruzar la frontera para alcanzar el “sueño americano”. Y miles de migrantes centroamericanos atraviesan México escapando de la pobreza y la violencia, tratando a su vez de ingresar a Estados Unidos.
Deben enfrentar las durísimas condiciones del viaje (mayoritariamente realizado sobre el techo de los vagones de ferrocarril de carga). En el derrotero son víctimas de estafas, asaltos, violencia de los controles estatales, entre otras pesadillas.
Durante el gobierno del Presidente Felipe Calderón (2006-2012), se registraron más de 10.000 desapariciones de migrantes sólo en México. Este año se alertó en Estados Unidos acerca de la convocatoria pública realizada por varios grupos paramilitares para reclutar voluntarios con el fin de “proteger la frontera”, especialmente por la oleada de niños migrantes sin compañía adulta verificada en el Estado de Texas. Sin embargo, los movimientos migratorios continúan creciendo.
Los controles en la frontera y la política antimigrante del gobierno estadounidense, sumado al rol de gendarme de México, impiden el paso de migrantes centroamericanos a Estados Unidos. Muchos deben asentarse en México. Llegan desde Guatemala, Honduras, Salvador y Nicaragua.
En otros países, los movimientos migratorios son internos. Se producen entre las zonas rurales y las ciudades, en las que han crecido en forma notable los asentamientos, barriadas pobres en las que faltan los servicios más elementales (agua, cloacas, luz, etc.). El origen de estas migraciones se encuentra en el desarrollo de sistemas de monoproducción (en latifundios), como el caso de la extensión de la superficie sembrada con soja transgénica en Argentina, Uruguay, Brasil.
La violencia y la corrupción son los signos de la época, lo que puede revelar también que estamos frente al fin del sistema neoliberal capitalista. Los excluidos se movilizan en todo el mundo. Buscan mejores condiciones de vida.
Y esa búsqueda debe encontrar a quienes intervienen ante situaciones de injusticia, de pie y dispuestos a actuar y luchar en forma solidaria a favor de los Derechos Humanos.
Equipo Margen, diciembre de 2014