Por Celina Ballón
La violencia de género ocupa, de un tiempo a esta parte, un creciente lugar en la agenda política. El teatro se ha ocupado de ella desde siempre, iluminando las aristas que cambian con el tiempo (y también las que permanecen inmutables).
En estos tiempos de modernidad líquida y rápido descarte, dos obras indagan qué cambió y qué quedó en pie de una de las desigualdades más viejas del mundo.
La cadena invisible: la otra cara de la modernidad sólida
Escrita, dirigida y actuada por cubanos, La cadena… formó parte del Ciclo de Monólogos Rebeldías – organizado por el Centro Cultural Raíces (Buenos Aires) y dedicado a la memoria de Miguel Dedovich. La obra nos presenta a unas trillizas que siguen viviendo juntas aún en la adultez. Las (des)unen las rivalidades, los celos y el peso de algunas facturas que no podrán cobrarse jamás. Nacidas con sólo cinco minutos de diferencia, su orden de aparición en el mundo les selló el destino: la mayor cargó con la responsabilidad del hogar, la del medio con la indiferencia de los padres y la menor con la ausencia de límites. Cada una piensa que su lugar es el peor, pero luego de escuchar sus historias comprobamos que sólo les tocaron papeles distintos en una tragedia.
La cadena que aprisiona a las hermanas nos lleva a indagar profundamente el significado del término “lazos de sangre”. Aquí sangre es lo que sobra: comienza con la que horroriza a una de las hijas violada por su padre y continúa con la de una tía asesinada por dinero. El secreto, la culpa y el resentimiento han cimentado un vínculo indisoluble, que aprisionará a las mujeres hasta el fin. La dramaturgia de Carlos Ferrera pone de manifiesto un fenómeno que Bauman no enfatiza lo suficiente en su estudio acerca de la modernidad líquida: los vínculos sólidos de antaño – construidos a base de compromiso, tolerancia y permanencia – podían pesar como una losa, y solían cimentarse sobre unos deberes, un sacrifico y un renunciamiento muy desiguales, según se tratara de un hombre o una mujer. La cadena que sujeta a estas mujeres – el vínculo inmutable e indisoluble que las une más allá de los vaivenes de un afuera que insiste en cambiar- siempre les ha exigido demasiado.
La labor dramatúrgica tiene el mérito de contar una historia muy dura sin caer en el morbo: la obra tiene momentos divertidos y nunca resulta abrumadora, quizás porque la tragedia se narra de un modo estallado. En este tríptico, cada personaje tiene un pedazo de la verdad. Sólo cuando las escuchamos a las tres – por turnos, porque aunque no se pueden separar tampoco se pueden juntar en la mesa – entendemos el drama completo que les tocó vivir, y hasta qué punto el destino contó con la ayuda de la intención. Sola en el escenario, Alejandra Egido logra metamorfosearse en tres personajes diferentes que ni por un segundo podrían confundirse entre sí. En suma, se trata de una obra profunda y valiosa, que esperamos sea incluida en la cartelera porteña del 2015.
Ficha Técnica
Teatro El Espión, Buenos Aires, 2014.
Dramaturgia: Carlos Ferrera
Actuación: Alejandra Egido
Dirección: Enrique Pacheco y Alejandra Egido
Verano en diciembre: luces y sombras del matriarcado
En esta obra no hay varones a la vista: el padre es un recuerdo y los maridos – cuando los hay – son apenas una voz en el celular. Verano… cuenta la historia de una familia compuesta por cinco mujeres que parecen haber estado solas toda la vida. Quizás por eso, aunque una de las hijas se ha casado y otra de ellas vive en un pueblo perdido de las sierras, ninguna puede soltar amarras con la casa natal (la hija menor directamente no sale de allí). Los lazos familiares son lo único permanente en un mundo en el que los proyectos profesionales y conyugales se esfuman casi sin saber cómo ni por qué. El pilar de la casa es Teresa, una madre viuda que no sólo sostiene a sus hijas, sino que también cuida a suegra paralítica – que, por si fuera poco, ha perdido la memoria. “Mi madre no fue a un asilo y tampoco irá la abuela” decreta Teresa, que a contramano del espíritu de la época se niega a deshacerse de un vínculo que implica mucho esfuerzo físico y emocional. Malheridas, contradictorias, problemáticas, las mujeres de Verano… logran sin embargo mantener un tejido familiar que se empeña en sobrevivir, como se pueda.
La obra -escrita por la española Carolina África durante una estadía en Buenos Aires- obtuvo el Premio Calderón de la Barca 2012 y en la actualidad está nominada a tres Premios Max. Se trata de una obra correcta en todos sus rubros – que cuenta además con una muy buena actuación de Lola Cordón – pero que sin embargo brinda pocas sorpresas al público argentino, acostumbrado a enfrentarse con temáticas y planteos similares en la obra de sus principales dramaturgos – basta pensar en las piezas de Roberto Cossa. El principal mérito de Verano… es confirmarnos que, más allá del continente en el que nos encontremos, algunos problemas de género son similares: el peso de mantener los lazos familiares sigue recayendo primordialmente sobre la espalda de las mujeres. De los costos de llevar solas la carga es de lo que hablan estas dos obras
Ficha técnica
Teatro Celcit, Buenos Aires, diciembre de 2014.
Dramaturgia: Carolina África
Reparto: Lola Cordón – Pilar Manso – Laura González Cortón- Virginia Frutos- Carolina África – Almudena Mestre – Jorge Quesada.
Dirección : Carolina África .
Ayudante de dirección Laura González Cortón.
Espacio sonoro: Nacho Bilbao.
Iluminación: Tomás Ezquerra
Vestuario: Vanessa Actif
Escenografía: Carolina África y Almudena Mestre
Fotografía y diseño de cartel: Geraldine Leloutre
Producción: La Belloch Teatro
Comunicación y prensa: Marta Díaz