Aulas y talleres, no cuarteles

Por Carlos Solero
El despliegue de fuerzas policiales, gendarmería, prefectura naval, etc., en el territorio santafesino y en particular en la ciudad de Rosario, pone en evidencia una vez más el empeño estatal y su diligencia en este rubro.
El vertiginoso ritmo en esta materia no marcha en paralelo cuando se trata de la cuestión educativa, ya se trate de la infraestructura escolar o de las partidas para reparación de establecimientos, o bien de las demandas salariales para los docentes.
De hecho, cuando en la década de los noventa del pasado siglo XX, en plena orgía neoliberal del menemato y la Alianza, cuando se abandonaban a su mala fortuna o bien se reconvertían o destruían las escuelas técnicas y de oficios, muchos de los que hoy activan sus acciones con las fuerzas federales miraban hacia otro lado y ponían su empeño en otras cuestiones como sostener la convertibilidad.
La destrucción de la trama social que genera y multiplica violencia lleva décadas y no días o meses.

Alguien dijo allá por el antepasado siglo XIX que cuantas menos aulas se construyeran más celdas serían necesarias. ¿Agorero pronóstico o cruel realidad?

Como afirmaba Ezequiel Martínez Estrada, no se trata de quitarle la gorra al tiñoso y solazarse en ese juego, sino de reflexionar sin ataduras y con ética sobre los problemas que nos aquejan como personas de a pie que somos. Despreocupados por las alianzas electorales y los conciliábulos de caudillos de mayor o menor monta.

Las contradicciones sociales saltan a la vista, es cuestión de accionar solidarios.

Lo importante es que se construyan y utilicen más aulas y talleres con una pedagogía emancipativa, liberadora, que contribuya a la concientización y -como plantea Paulo Freire- que la educación sea una práctica de libertad.

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