Control social: los secretos, las mentiras y las turbulencias

Por Carlos Solero
Los casos de espionaje global realizados por EE.UU. caracterizan al Estado capitalista moderno y sus métodos de dominación.
En la medida en que la crisis de sistema-mundo capitalista se prolonga, cada vez más quedan al desnudo los múltiples mecanismos de ejercicio del control social para asegurar la explotación y la dominación de las masas. A su vez, el desarrollo y perfeccionamiento de nuevas tecnologías hace que estos controles sean más sutiles e imperceptibles cada día.

En efecto, somos controlados permanentemente y en los más diversos ámbitos por cámaras, ojos electrónicos, lectores de huellas digitales. Lugares de trabajo, oficinas públicas, bancos, comercios, farmacias y un largo etcétera se transforman de pronto en celdas, atalayas o panópticos desde los cuales se nos observa, se nos clasifica, se nos gobierna y domestica.

El Capitalismo Mundial Integrado -como señaló Félix Guattari- busca por todos los medios neutralizar a los disidentes, a quienes no se resignan a padecer el escarnio del sometimiento a los micro y macropoderes.
El Estado como maquinaria de dominación se ha ido transformando a lo largo de los siglos, pero desde la antigüedad aparecen mecanismos de disuasión orientados hacia los que cuestionan a los jerarcas y sus privilegios. Ya el filósofo Platón, que supo ser consejero de gobernantes, hablaba en el siglo V a.C. de la necesidad de existencia de espías a los que llamaba “ojos y oídos del rey”, “necesidad” por supuesto para quienes sometían a la esclavitud y la servidumbre a la mayoría de la población.

La cuestión del espionaje desplegado a nivel global por la Agencia Nacional de Seguridad estadounidense (NSA por sus siglas en inglés), deja al desnudo la vocación omnisciente del Estado y las corporaciones de la principal potencia mundial contemporánea. Han sido blanco del fisgoneo presidentes de países latinoamericanos, primeros ministros y funcionarios de potencias europeas occidentales y, por supuesto, pobladores de las más diversas latitudes.

Assange, Snowden y el soldado Manning no hicieron otra cosa que exhibir los planes y acciones desplegados desde el Imperio Norteamericano y son por ello estigmatizados y perseguidos sin tregua. El responsable político de todo este despliegue represivo es el presidente Barack Obama, quien a través de sus voceros pretende persuadirnos de  la necesidad de  este siniestro accionar.
Ahora bien, el control social lo ejercen todos los Estados sobre las poblaciones ubicadas en los territorios sobre los que detentan soberanía.

Vale recordar algunos fragmentos de una disertación realizada por el filósofo Michel Foucault en la Universidad de Vincennes (Francia) y publicada por la revista española “El Viejo Topo” sobre control social. Como podemos observar en los párrafos siguientes, es posible hallar algunas claves para la comprensión de ciertos acontecimientos de las últimas décadas.
D
ice Foucault: “Es verdad que cuando se oye el término orden interior no es necesario añadir ningún epíteto puesto que después de todo, el orden interior es una consigna, un objetivo, una estrategia que caracteriza a la mayoría de los Estados modernos, de los antiguos Estados y, finalmente, de todo Estado.”
Pero corresponde señalar que a pesar de esta aspiración constante, se producen variaciones en los mecanismos para el ejercicio de este control.

La crisis energética -como parte de la crisis global del sistema- lleva a que el Estado varíe algunas de sus tácticas y estrategias. Continúa Foucault: “El Estado ya no funciona de igual modo, no tiene ya posibilidades ni se siente capaz de gestionar, dominar y controlar toda la serie de problemas, de conflictos, de luchas, tanto de orden económico como social, a las que puede conducir el encarecimiento energético. Ya no funciona como un Estado providencia”.

Ante esto afirma el filósofo, “Se abren dos alternativas: la fascista en sentido estricto, esto sería que en un país el aparato estatal solo puede asegurar el cumplimiento de sus funciones si se dota de un partido único potente y omnipresente, por encima de las leyes y fuera del derecho, y hace reinar el terror, al lado del Estado, en sus mallas y en el propio aparato del Estado.”

Según Foucault, la estrategia hacia la cual se orientan los “nuevos Estados”– con todos los cambios e involuciones posibles– es más bien una solución más sofisticada que se presenta como una especie de desinversión, desinteresándose el Estado de un cierto número de cosas, problemas y pequeños detalles hacia los cuales había considerado necesario prestar una atención particular. Ya no ejercerá un poder omnipresente, puntilloso y costos para él. En otros términos está obligado a economizar su propio ejercicio del poder, esto implica un  cambio de estilo y de la forma del orden interior.

“En el siglo XIX y parte del XX, el orden interior era proyectado como una especie de de disciplina exhaustiva, ejercida de forma constante e ilimitada sobre todos y cada uno de los individuos. El nuevo orden interior se caracteriza por el marcaje, la localización de zonas que considera vulnerables en las que el Estado no quiere que suceda nada fuera de su control. Se toleran entonces ciertos porcentajes de de ilegalidad e irregularidad. Estos “márgenes de tolerancia” cumplirían un rol “regulador” del sistema en su conjunto. “Se generaliza un control a distancia con un sistema de información general, que no tiene como objetivo fundamental la vigilancia de cada individuo, sino, más bien, la posibilidad de intervenir en cualquier momento allí donde haya lo que el macropoder considera creación o constitución de un peligro, allí donde aparezca lo intolerable, lo desafiante”.

Para implementar estas estrategias y dispositivos, plantea Michel Foucault, es preciso construir consenso para la aceptación por parte de las poblaciones de controles, coerciones e incitaciones y esto se realiza a través de los medios de comunicación masiva, sin que el poder estatal deba intervenir abiertamente, sin que se desgaste y pague costo alguno, de un ejercicio del poder explícito. Se apela a una “regulación espontánea” que hará que el nuevo orden social se autoengendre, se autocontrole y perpetúe.
Algo así como la “violencia simbólica” de la que habla Pierre Bourdieu, que se instala en las sociedades con la quiescencia de los que la padecen.
Pero corresponde señalar, que aún en estas circunstancias no cesan los actos de resistencia en diversas latitudes cuando las multitudes ganan las calles expresando su descontento e impugnan los atropellos de los macro-poderes en Grecia, en Brasil, en España y en otros tantos puntos de todo el mundo.

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