Por José Luis Parra
En la actualidad, la agenda mundial tiene diversos temas que no son evaluados con la misma consideración por los responsables de las políticas públicas. Las guerras -por el manejo de los recursos naturales, causas políticas y religiosas o el terrorismo- ocupan a millones de hombres y cifras extraordinarias de dinero. La destrucción de bosques, el uso creciente de agroquímicos, el hacinamiento en las mega ciudades, la contaminación de la atmósfera, del agua en los continentes y mares, el cambio climático y la seguridad alimentaria; están lejos de las decisiones gubernamentales.
Podemos hacer un repaso por dos modelos de producción y obtención de alimentos y recursos a lo largo de la Historia: uno respetuoso de la naturaleza y otro agresivo y destructor.
En algunos casos, la destrucción de los ecosistemas se produjo por ignorancia o falta de desarrollo científico y tecnológico. En otros casos fue por decisión de los grupos de poder.
Hace más de 6.000 años, en el actual territorio de Siria (Tell Kuran) se utilizaba la práctica de arrear animales (gacelas) a recintos en los que se producía una matanza a gran escala, lo que ha quedado de manifiesto por el hallazgo de miles de huesos, entre ellos los de individuos de escasos meses de vida.
Se trata de uno de los primeros casos documentados de exterminio en masa que determinó un desastre ecológico de envergadura.
Otro caso de mal manejo del uso del suelo lo encontramos en diversas regiones del Mediterráneo.
En el siglo VII AC los griegos no tuvieron respuestas para el aumento de la población en el marco de un sistema político de concentración de la riqueza por parte de los “eupátridas” (nobles terratenientes).
En Atenas, por ejemplo, la vegetación original de las laderas de las colinas fue arrasada, tanto que el propio Solón (poeta y legislador ateniense considerado uno de los sabios de Grecia) se expresó a favor de prohibir el cultivo en las pendientes por la cantidad de suelo que se estaba perdiendo.
Los griegos sabían muy bien cómo conservar el suelo con el uso de abono o construir terrazas para evitar la erosión de las colinas. En este caso no se trató de falta de conocimiento sino de la consecuencia de la política de explotación impuesta por el grupo hegemónico.
Sobre el efecto de la destrucción ambiental cabe recordar el conocido texto de Platón en su diálogo Critias o la Atlántida (Diálogos dogmáticos), ”…nuestro país, comparado con lo que era, se parece a un cuerpo demacrado por la enfermedad; escurriéndose por todas partes la tierra vegetal y fecunda, sólo nos quedó un cuerpo descarnado.
Pero antes el Ática, cuyo suelo no habia experimentado ninguna alteración, tenia por montañas altas colinas; las llanuras, que llamamos ahora campos de Felleo, estaban cubiertas de una tierra abundante y fértil; los montes estaban llenos de sombríos bosques, de los que aún aparecen visibles rastros. Las montañas, donde sólo las abejas encuentran hoy su alimento, en un tiempo no muy lejano estaban cubiertas de árboles poderosos, que se cortaban para levantar vastísimas construcciones, muchas de las cuales están aún en pie. Encontrábanse también allí árboles frutales de mucha elevación y extensos pastos para los ganados. Las lluvias, que se alcanzaban de Júpiter cada año, no se perdían sin utilidad, corriendo de la tierra estéril al mar; por el contrario, la tierra, después que venian a ella abundantemente, las conservaba en su seno, las tenia en reserva entre capas de arcilla; las dejaba correr desde las alturas a los valles, y se veían por todas partes miles de fuentes, de ríos y de cauces de agua”.
La Historia de Roma también está marcada por la destrucción ambiental. 300 años antes de Cristo, Italia contaba con grandes extensiones boscosas. La necesidad de tierras de labranza y sobre todo de madera para la construcción, provocó una acelerada desforestación.
Durante varios siglos los romanos se sostuvieron gracias al aporte de materias primas provenientes del saqueo de las regiones conquistadas por su ejército.
Como señaló John Perlin en Historia de los bosques, “Los emperadores posteriores eran conscientes de la afición de los romanos a los baños y construyeron más ¡hasta sobrepasar los novecientos! El mayor de todos con capacidad para dos mil personas. Pero había que calentar el agua al gusto de los bañistas. El apaciguamiento de los ánimos de la población era la primera preocupación de las autoridades, dispuestas a todo con tal de asegurar la disponibilidad de combustible en los baños. Por ejemplo, en el siglo III el emperador Severo Alejandro taló bosques enteros para suministrar combustible a los baños”.
En el continente americano también encontramos espacios en los que se produjo el agotamiento de los recursos. El abandono de las grandes ciudades de la cultura maya del período clásico -radicadas en las tierras bajas y selváticas del sur de América Central (hoy Guatemala)- se produjo en forma paulatina durante los siglos VIII y IX.
Una explicación fundada en recientes estudios señala como principal responsable a una decisión adoptada a partir de la toma de conciencia sobre el aumento de población y la imposibilidad de mantener la compleja e inestable relación ecológica en un contexto en el que debía aumentarse la tala de la selva para generar mayor superficie cultivable. Lamentablemente no existen más que teorías al repecto de este “colapso”.
Un ejemplo de respeto ambiental lo dieron los Incas a lo largo del llamado Imperio (Tahuantinsuyo).
Si bien existía una clase social jerárquica que cumplía fines administrativos y burocráticos, la economía inca planteaba dos elementos fundamentales, la reciprocidad y la redistribución. El trabajo se organizaba en tres planos: una parte era para la familia, otra para la comunidad y otra para el sistema administrativo burocrático en manos de los Incas, que aseguraba a la población ayuda, protección y abastecimiento en momentos de escasez o necesidad.
El historiador de origen inca Garcilaso de la Vega, narró en sus Comentarios Reales… que “…En cada pueblo, grande o chico, había dos depósitos; en uno se encerraba el mantenimiento que se guardaba para socorrer a los naturales en años estériles y en el otro las cosechas del sol y del Inca. Había, además, muchos graneros a lo largo de los caminos reales de tres en tres leguas”.
En un ambiente hostil, desarrollaron avanzados sistemas de irrigación y de terrazas para el cultivo enclavadas en plena montaña, lo que evitaba la erosión del suelo. No realizaban matanza de animales sino que domesticaron distintas especies para obtener su lana y utilizarlos como medio de transporte.
Este sistema de producción se mantuvo hasta la llegada de los españoles.
La conquista de América -además de la muerte de millones de seres humanos- significó la imposición de un modelo productivo basado en la esclavitud para la extracción de metales preciosos oro y plata, con los que se consolidó la dominación europea.
El abandono forzoso de sus posesiones y formas de producción aceleró la desertificación de grandes extensiones de territorio. La conquista europea provocó un tremendo impacto en todos los pueblos que habitaban nuestro continente. La enorme transferencia de riquezas desde América hacia Europa fortaleció el sistema capitalista y su manufactura. Y permitió la expansión de la maquinaria industrial para acelerar la producción.
A partir del siglo XVIII y especialmente con el invento de la máquina a vapor a partir de la quema de combustibles fósiles como el carbón, las potencias industriales aceleraron los cambios climáticos con la emisión creciente de gases de efecto invernadero (como dióxido de carbono -CO2-), un proceso masivo de deforestación y un aumento intensivo de la actividad agrícola.
Por fin, la gran concentración fabril, especialmente en Europa, provocó un aumento en las emisiones de gases, así como el desarrollo de un proceso conocido como “lluvia ácida”. Se trata de un cambio en la acidez (pH) del agua atmosférica y de lluvia. Este aumento en la acidez en el ciclo del agua produjo el exterminio de la Selva Negra en Alemania, la muerte de lagos en la zona nórdica de Europa así como la corrosión de edificios y monumentos en toda Europa.
Las consecuencias del cambio climático no pudieron ser ocultadas. En diversos foros y congresos internacionales se trató el tema. Más de 180 países firmaron -a partir del encuentro ocurrido en 1997 en Japón- el Protocolo de Kyoto, comprometiéndose a disminuir en forma paulatina la emanación de gases de efecto invernadero. Estados Unidos de Norteamérica era en ese momento el mayor emisor de gases contaminantes del mundo. Sin embargo en el año 2000 el gobierno de George Bush hijo retiró a su país del Protocolo, al que aún sigue sin ratificar.
Por otro lado, China fue considerado en 1997 como país en vías de desarrollo, con un tratamiento especial que le permite tener una cuota mayor para sus emanaciones de gases contaminantes. A pesar de que el Protocolo ha sido prorrogado hasta 2020, el tratamiento a China no ha variado, aunque este país haya trepado al primer lugar en el desarrollo industrial y en la emisión de CO2.
Otra “avivada” que se dio en el marco del sistema capitalista ha sido la institución de un mercado de valores que cotizan “Certificados de Reducción de Emisiones”, cuya compra por parte de empresas de países industrializados los habilita para emitir más CO2 del permitido.
A pesar de tantos ejemplos que nos aporta la Historia, los responsables políticos se empeñan en continuar las prácticas económicas perjudiciales para la vida. Las palabras del pensador inglés William Morris (1834-1896) mantienen hoy toda su vigencia: “No puede llamarse sociedad a un orden que no sea mantenido en beneficio de cada uno de sus miembros”.