Por Carlos Solero
La presentadora del resumen de noticias de medianoche en un canal de cable anuncia la continuidad de las imágenes aun por exhibir. Una miscelánea de tópicos todos mezclados sin orden de importancia que van desde el nacimiento en cautiverio en un zoológico de alguna especie animal en vías de extinción, pasando por una cumbre de mandatarios de la UNASUR, frivolidades de la farándula local y global.
Hasta allí nada nuevo, continúan sus anuncios con tono meloso y una resplandeciente sonrisa y dice ahora, en instantes las imágenes captadas por un automovilista con su teléfono móvil que muestra las explosiones producidas por la colisión de un camión con semiremolque que transportaba tubos con sustancia inflamable.
En efecto, minutos después en la pantalla observamos los estallidos uno por uno de los tubos, como si fuera una escena más de las películas de cine catástrofe, que provienen de las usinas de la industria cultural.
Si hacemos una recorrida por los diversos canales, esta patética escena del presentador sonriendo sin discriminar ficción de realidad aparece como una pesadilla cotidiana que se impone a una teleaudiencia a la que se pretende acrítica, alienada en el deseo de adquirir mercancías. Esas mercancías también pueden ser las noticias cargadas de morbo por los feminicidios que no cesan.
Esta banalización de lo trágico en la vida cotidiana y el efecto multiplicador de los instrumentos mediáticos, es un dispositivo más de la aplicación de los mecanismos de dominación, como nos hicieran vivenciar en una Matrix.
Como afirma el filósofo Slavoj Zizek: “Otra memorable escena de The Matrix, es aquella en la cual Neo tiene que escoger entre la píldora roja o la azul. Su opción es entre la Verdad y el Placer: el despertar traumático a la realidad, o la persistencia en la ilusión regulada por la Matrix. Neo escoge la Verdad -en contraste al carácter-personaje más despreciable de la película, el agente-informante entre los rebeldes que recoge con su tenedor un pedazo rojo y jugoso de un bistec y dice: “Usted sabe, yo sé que este bistec no existe. Yo sé que la Matrix está diciendo a mi cerebro que es jugoso y delicioso. ¿Después de nueve años, usted sabe lo que yo he comprendido? La ignorancia es la felicidad`. Él sigue el principio de placer que le dice que es preferible quedarse dentro de la ilusión, incluso si uno sabe que es sólo una ilusión”.
Claro que no es una mera cuestión de noticieros y presentadores mediáticos, se trata de nuestras propias vidas y su banalización por este perverso sistema, donde a cada rato nos asalta “el desierto de la realidad” con sus emboscadas y coartadas filosóficas, que debemos impugnar integralmente.