Contradicciones en la era de los bicentenarios

Por José Luis Parra
El inicio de sesiones de la Asamblea del año XIII tuvo este año su feriado nacional especial (en la Argentina), mientras que la Batalla de San Lorenzo no alcanzó ese estatus y tuvo su conmemoración sólo en el ámbito de la provincia de Santa Fe. Estos recordatorios se sumaron al festejo reaiizado en 2010 por los dos siglos de la Revolución de Mayo y otros bicentenarios, tal como el de la Batalla de Salta, festejos que seguramente tendrán un “finale forte” en 2016 con la conmemoración del Bicentenario de la declaración de la independencia nacional.
A pesar de las diferencias y evidente inclinación mostrada por alguna administración pública favorable a algún acontecimiento de nuestro pasado, en todos los casos se valora en forma principal el tiempo transcurrido, considerando el orden cronológico tal como lo planteó la enseñanza de nuestra Historia Oficial, sólo como una serie de hechos inconexos.

Así, nos obligan a aprender de memoria la sucesión de gobiernos patrios desde la Primera Junta, como si se tratara de un juego deportivo en el que necesariamente deben producirse modificaciones en las alineaciones de los equipos, pero no se explican las razones de esos cambios.
La única forma de entender nuestra Hisoria es conocer las causas de los hechos y las ideas de los protagonistas, sus ideologías y aspiraciones. El inicio de la Asamblea del año XIII y la Batalla de San Lorenzo son acontecimientos que deberían recordarse a la par.
SI bien la monarquía española estaba bajo el poder de Napoleón, en mayo de 1810 la Junta instalada en Buenos Aires no declaró la independencia. Buenos Aires se había desarrollado principalmente por razón del ingreso de mercaderías inglesas en el marco del fuerte monopolio español. Coexistían en esa ciudad quienes pretendían mantenerse bajo el control español con aquellos -especialmente beneficiados por el contrabando de mercaderías inglesas- que sólo querían quedar del lado de Inglaterra, la nueva potencia en ascenso. Un tercer grupo crecía en las sombras: los que pretendían constituirse como nación independiente.
El sector po inglés no estuvo de acuerdo con la inclusión de representantes del interior en la Junta (Junta Grande). Fue el anuncio de una disputa política que se extendería por muchos años hasta lograr el dominio definitivo del puerto sobre los intereses de todo el país.
Algunos miembros de ese grupo centralista y pro británico fueron desplazados de la Junta a raíz de los sucesos del 5 y 6 de abril de 1811, primera movilización popular que logró imponer a sus representantes en el nuevo gobierno. Así, Joaquín Campana fue nombrado Secretario de la Junta Grande. Hasta setiembre de ese año se prohibió la salida de metálico (oro y plata), lo que perjudicaba la política comercial británica.
La reacción centralista produjo en setiembre de 1811 la expulsión de los “orilleros” del gobierno y la imposición de un Triunvirato como nueva forma para el Ejecutivo, disolviendo a la Junta Grande.
Los personeros de los intereses británicos en los gobiernos de Buenos Aires frenaron el proceso de independencia por expreso mandato inglés. España e Inglaterra eran -desde 1809- aliadas contra Napoleón, por lo que esta última no podía manifestarse abiertamente a favor de las independencias americanas, en contra de su aliada. Hasta 1825 -año de la derrota definitiva de España en la Batalla de Ayacucho- Inglaterra sostuvo una política de neutralidad, interesada sólo en mantener y ampliar su red comercial.
Para no explicar estas contradicciones, la Historia Oficial -concebida por el grupo triunfador- señaló que los gobiernos de Buenos Aires eran débiles y no estaban en condiciones de declarar la Independencia. Pero en realidad era la monarquía española la debilitada. En marzo de 1812 el movimiento liberal logró sancionar en España una Constitución (en ausencia del Rey) que intentó incluir diputados elegidos en América. Sin dudas era éste el momento propicio para declarar la separación de la Metrópoli.
Sin embargo, el primer Triunvirato, lejos de hacerlo, frenó cualquier acto cercano a un signo de emancipación, como cuando Bernardino Rivadavia, el hombre fuerte detrás del gobierno porteño, desautorizó el uso de la bandera creada por Manuel Belgrano en 1812.
El 8 de octubre de 1812, utilizando la fuerza del nuevo cuerpo de Granaderos y la comandancia de José de San Martín, los miembros de la Logia Lautaro lograron desplazar al Primer Triunvirato y su ministro Rivadavia. El mandato del Segundo Triunvirato fue claro: mientras San Martín iniciaba su derroterro militar que lo llevaría al cruce de los Andes, debía convocarse una Asamblea General Constituyente con representantes de todas las provincias con el fin de declarar la Independencia.
En el sentido de ese plan es que el 31 de enero de 1813 comenzó a sesionar la Asamblea General Constituyente y Soberana, bajo la dirección de Carlos María de Alvear. Y el 3 de febrero de 1813 tuvo lugar el Combate de San Lorenzo, primera acción de guerra del cuerpo de Granaderos de San Martín. Se conjugaba así la acción política con la militar.
El programa de la Logia Lautaro se sintetizaba en el lema “Independencia y Constitución”. Para San Martín, la declaración de independencia era fundamental antes de iniciar la campaña militar de liberación, ya que de otra manera la lucha armada los convertía en una facción sediciosa. El mismo San Martín lo explicó más adelante en una carta al diputado Godoy Cruz al Congreso de Tucumán, señalando: “¿Hasta cuándo esperamos para declarar la Independencia? ¿No le parece a usted una cosa bien ridícula acuñar moneda, tener el pabellón y cucarda nacional, y por último hacer la guerra al Soberano de quien en el día se cree dependemos? ¿Qué nos falta más que decirlo?, por otra parte, ¿qué relaciones podremos emprender cuando estamos a pupilo?, los enemigos, y con mucha razón, nos tratan de insurgentes, pues nos declaramos vasallos.”
San Martín enumeraba en esa carta las tibias resoluciones de la Asamblea del Año XIII, que no se correspondían con el mandato de declaración de independencia. Con el objeto de ocultar esa traición de Alvear, la Historia Oficial exaltó las reformas adoptadas por la Asamblea como actos de progresismo avanzado, afirmando que “la razón primordial por la que no pudo materializarse [la independencia] fue por temor a perder el apoyo inglés, acrecentado por la restauración en el trono de Fernando VII, lo que significaría un cambio de frente de Inglaterra en apoyo a España y de esta manera la reinstalación del régimen colonial español en América”.
Esta razón se desmiente desde el momento en que el retorno del Rey Fernando a España se produjo recién en marzo de 1814. Y antes de que pudiera ocuparse de las insurrecciones en América debió restablecer -represión mediante- la monarquía absoluta y anular la Constitución liberal promulgada por las Cortes de Cádiz.
Si bien la Asamblea del Año XIII promulgó medidas de suma importancia para las libertades civiles, la decisión de encolumnarse a la política británica demoró la declaración de independencia y significó un atraso en el proceso de emancipación americano.
El alineamiento a las potencias europeas fue promovido a través de varias misiones diplomáticas. Durante su mandato como Director Supremo en 1815, Alvear remitió una carta al representante británico en la corte de Brasil, en la que pedía expresamente la integración al imperio británico. Alvear afirmó entonces: “En estas circunstancias solamente la generosa nación británica puede poner un remedio eficaz a tantos males, acogiendo en sus brazos estas provincias que obedecerán a su gobierno y recibirán sus leyes con el mayor placer…Estas provincias desean pertenecer a Gran Bretaña, recibir sus leyes, obedecer su gobierno y vivir bajo su influjo poderoso. Ellas se abandonan sin condición alguna a la generosidad y la buena fe del pueblo inglés y yo estoy dispuesto a sostener tan justa solicitud para librarla de los males que la afligen. Es necesario que se aprovechen los momentos, que vengan tropas que impongan a los genios díscolos y un jefe autorizado que empiece a dar al país las formas que sean del beneplácito del rey y de la Nación.”

Alvear señalaba como díscolo al líder oriental José Artigas, que exigía en forma encendida la independencia y el desarrollo autónomo de un país bajo el régimen federal. Esa fue la razón por la que la Asamblea del Año XIII rechazó a los diputados orientales, evitando el debate y la posibilidad de perder la hegemonía política y económica que pretendía el centralismo porteño. Artigas fue declarado traidor a la patria y el gobierno de Buenos Aires promovió la invasión portuguesa a la Banda Oriental en 1814.
Por fin en 1816 se logró la Declaración de Independencia. Pero mientras San Martín llevaba la política de emancipación al plano militar con el cruce de los Andes y los triunfos frente al ejército español, la elite de Buenos Aires imponía otra vez la figura de Rivadavia y negociaba nuevamente la entrega política y económica del país a las potencias europeas.

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