Por José Luis Parra
Muchas veces utilizamos expresiones o repetimos fórmulas y frases sin detenernos a considerar su fundamento y su alcance. Así, por ejemplo, señalamos que España conquistó América a partir de la llegada de Cristobal Colón en 1492 en nombre de los Reyes Católicos. En otro artículo (Crisis económicas afrontadas por el pueblo, noviembre 2012) expuse cómo los Reyes constituyeron el brazo político de una unión necesaria con los capitalistas que financiaron las expediciones conquistadoras y que se enriquecieron luego con la cantidad y calidad de metales preciosos y recursos naturales obtenidos. En la mayoría de los casos los monarcas debieron pagar notables deudas, las que recayeron en forma natural en las espaldas de los súbditos empobrecidos. También se habló aquí de la crisis económica que afectó a toda Europa a raíz de la extraordinaria afluencia de oro y plata que modificó las relaciones productivas generando una notable y creciente inflación (pérdida de valor de la moneda).
Así, mientras algunos privilegiados se enriquecieron, las mayorías populares sufrieron la pobreza y el hacinamiento.
Deberíamos cuidarnos de afirmar que fue España la que conquistó América, si entendemos como España al conjunto pueblo y gobernantes. La monarquía gobernó a designio de los intereses de los poderosos capitalistas.
Si bien la vieja estructura de poder de Europa fue sacudida en el siglo XIX por revoluciones de diverso carácter, las condiciones de vida movilizaron -mucho tiempo antes- a miles de seres humanos en centenares de acciones y revueltas, tanto por reivindicaciones sociales como económicas, políticas y religiosas. Muchos de estos levantamientos sucedieron en España, como la denominada Guerra de las Comunidades de Castilla (1520-1522); pero también en las colonias americanas, como las Revoluciones comuneras de Paraguay (1721-1735) o Colombia (1781).
En todos estos movimientos podemos encontrar los mismos rasgos característicos del concepto de comunidad: el arraigo al terruño, a aquello que se consideraba la patria, la necesidad de participar y sentirse representados por la autoridad. Y también se evidencian las contradicciones generadas por la sed de poder y riqueza.
La Guerra de las Comunidades de Castilla ocurrió entre 1520 y 1522. El nuevo y joven rey (Carlos V) apenas hablaba español y gobernaba España con asesores y ministros extranjeros. El movimiento popular que se inició con reclamos de carácter fiscal y expectativas localistas, aglutinó a las masas con los sectores burgueses, nobles y clérigos, llegando a tomar forma de levantamiento armado. Luego de un año de lucha, las tropas realistas lograron sofocar el movimiento. Los líderes comuneros fueron ajusticiados y se pacificaron en forma violenta las ciudades de Toledo y Valladolid.
Esta idea del origen del poder soberano se arraigó fuertemente en las colonias americanas y constituyó la simiente de los movientos independentistas del siglo XIX.
En 1542, los expedicionarios que llegaron a América con Pedro de Mendoza y navegaron río arriba hasta los territorios guaraníes, se rebelaron contra Álvar Nuñez Cabeza de Vaca, nominado como segundo Adelantado del Río de la Plata. La rebeldía se escudó en la Cédula Real de 1537 sancionada por el rey Carlos V, que autorizaba a los afincados en el Paraguay a elegir sus propias autoridades.
El documento real fue utilizado por los asuncenos para levantarse contra Cabeza de Vaca, arrestarlo y enviarlo de vuelta a España, eligiendo en su lugar a Domingo Martínez de Irala por voto popular.
Esta medida poco graciosa para el bando realista fue motivo de un estado continuo de deliberación y conspiraciones. Como señala Efraim Cardozo, “…por fuerza tuvo que despertársele la vocación política, para saber regir su destino en las muchas azarosas circunstancias que le deparó la historia. Y por una paradoja, la monarquía dio base legal a la democracia en el Paraguay. Esta provincia fue la única del imperio indiano donde la teoría española del origen popular del poder tuvo realidad legal. Por la famosa Real Provisión del 12 de setiembre de 1587, el emperador Carlos V otorgó al Paraguay la facultad de designar, por el voto del pueblo, gobernantes en caso de vacancia. Esta fue la verdadera carta constitucional del Paraguay durante dos siglos…”.
Dos siglos más tarde, el movimiento comunero de Paraguay fue reprimido en forma sangrienta.
En 1717, la población de Asunción reclamó ante la Real Audiencia de Charcas por considerar ilegal la elección del gobernador Diego de los Reyes Balmaceda, además de denunciarlo por abuso y persecución a la población criolla, utilizar indígenas como mano de obra esclava y atacar a otras poblaciones originarias produciendo grandes matanzas. Reyes Balmaceda no tuvo reparos para establecer nuevos impuestos aunque no estaba autorizado para ello. El reclamo se transformó en revolución.
Los comuneros liderados por José de Antequera y Fernando de Mompox pretendían imponer el “poder común”. La represión se desplegó desde Buenos Aires. A pesar de la condena a muerte de Antequera y la huida a Brasil de Mompox, los comuneros volvieron a alzarse, lo que motivó una nueva campaña represiva comandada desde Buenos Aires por Bruno de Zabala, que finalizó con nuevas ejecuciones, encierro y destierro de rebeldes, la implantación de un régimen de terror, la suba de impuestos y la instauración de un régimen restrictivo para la economía local. Por último, fue dejada sin vigencia la Cédula Real de 1537.
La revolución de los comuneros paraguayos puede considerarse un antecedente del movimiento de independencia en América del Sur.
Otro movimiento de carácter comunero se desarrolló en el territorio del Virreinato de Nueva Granada (Colombia) en 1781.
La revolución de los comuneros colombianos constituyó un levantamiento armado, motivado a partir del reclamo popular tendiente a obtener mejoras en la economía local y rebajas en los impuestos.
Desde mediados de siglo se sucedieron diversas insurrecciones, tanto criollas como de pueblos originarios.
Además de las rebajas de impuestos y la liberación de las prohibiciones a las producciones regionales, uno de los reclamos sociales más importantes fue el de propiciar la preferencia de los americanos en el ámbito laboral. Otra acción importante fue la proclamación de la libertad de esclavos en las minas ubicadas en aquellas zonas dominadas por los rebeldes.
Aunque el lema del movimiento comunero colombiano fue “Viva el rey y muera el mal gobierno”, el movimiento comunero se reconoce como un antecedente de los movimientos a favor de la independencia, a la vez que aglutinador de la comunidad criolla con la población indígena. Las expresiones a favor de la iguladad y la libertad son anteriores en todos los casos a la Revolución Francesa de 1789 y la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano.
Por último, debe recordarse el movimiento que lideró Túpac Amaru (José Gabriel Condorcanqui) en el territorio del Virreinato de Perú en 1780, que pretendía principalmente lograr la abolición de la mita, institución que mantenía en la esclavitud a miles de indígenas. En su proclama, Túpac Amaru manifestó no sólo el malestar indígena sino el de los criollos y todos aquellos marginados por el poder colonial: “…viendo el yugo fuerte que nos oprime con tanto pecho y la tiranía de los que corren con este cargo sin tener consideración de nuestra desdichadas y exasperado de ellas y de su impiedad. he determiando sacudir el yugo insoportable y contener el mal gobierno que experimentamos de los jefes que componen estos cuerpos por cuyo motivo murió en público cadalso el corregidor de esta provincia de Tinta. Sólo siento de los paisanos criollos a quienes ha sido ánimo no se les siga algún prejuicio, sino que vivamos como hermanos y congregados, en un cuerpo, destruyendo a los europeos…”.
En definitiva, podemos ver en todos estos movimientos la universalidad del reclamo por paz, pan y libertad, anhelos que continúan movilizando a los seres humanos en el presente.