Por José Luis Parra
Nota editorial Margen N° 67, diciembre 2012
El principio de este siglo llegó con millones de seres humanos movilizados contra los efectos de la globalización del sistema de poder neoliberal en distintos lugares del mundo.
En abril de 2001, la ciudad de Quebec fue sede de la reunión de la Tercera Cumbre de las Américas que convocó a los mandatarios de los países americanos. La presencia de miles de manifestantes significó el inicio de un movimiento mundial de contraglobalización que se reprodujo en todo el planeta. Los marginados del sistema tomaron conciencia del enemigo común que los sentenciaba a la pobreza y el deterioro ambiental.
La seguridad de la Cumbre de Quebec armó un cerco con una valla metálica, que fue luego copiada y aplicada en numerosos países para separar a las autoridades de la manifestaciones y quejas de los ciudadanos. Esta valla original fue denominada el “muro de Quebec” o “el muro de la vergüenza”, pero no fue la única acción contra los activistas. La policía candiense reprimió a los manifestantes mientras prohibía la salida de centenares de periodistas que cubrían la Cumbre para que no pudieran registrar los actos de violencia.
Para demostrar que el poder de policía del sistema capitalista está constituido también como sistema global que aprende de sus propias experiencias, pocos meses después, en julio de 2001, se recreó el cerco. Esta vez fue en la ciudad de Génova para defender a los mandatarios de los países miembros del Grupo de los 8 (G8).
Allí, los grupos hegemónicos enviaron al mundo un claro mensaje. No estaban dispuestos a permitir el crecimiento del movimiento de contraglobalización. La represión sacudió a la nutrida manifestación y sin ningún tipo de enmascaramiento fue asesinado ante las cámaras de la agencia Reuters el joven Carlo Giuliani, en una situación claramente preparada. Al día siguiente, 300.000 personas se manifestaron y fueron reprimidas severamente. Se denunciaron torturas y el saldo fue de cientos de heridos y detenidos por las fuerzas de represión.
La violencia represiva fue creciendo en todo el mundo.
El 11 de setiembre de 2001 fueron atacadas las torres del World Trade Center de New York. Acción que sirvió claramente al gobierno de Estados Unidos de Norteamérica para invadir Afganistán y posteriormente Irak, pero sobre todo para marcar un nuevo escenario de lucha contra quienes fueran considerados sus enemigos en todo el planeta.
Argentina también fue sacudida por la medida represiva ejemplar. El 26 de junio de 2002 fueron asesinados durante una manifestación -también sin reservas frente a las cámaras de la prensa- los militantes piqueteros Maximiliano Kosteki y Darío Santillán. El hecho fue cometido por el Comisario Alfredo Fanchiotti, quien fue juzgado y sentenciado a cadena perpetua pero años más tarde fue trasladado a un penal con un régimen de detención abierto, paso previo a la libertad, sin contar la oportunidad en que se supo que había salido de la prisión autorizado a asistir a una comida en la casa de un juez [Rolando Lima].
Otra demostración de la utilización de estos casos ejemplares es el asesinato de la pacifista estadounidense de veintitrés años, Rachel Corrie, quien murió aplastada por una máquina excavadora del ejercito israelí mientras intentaba evitar la demolición de hogares palestinos en la franja de Gaza, en marzo de 2003. Los responsables señalaron que se trató de un accidente y el caso fue sobreseido, a pesar de que numerosas fotografías mostraron el momento en que el conductor de la topadora la aplastó sin piedad.
La violencia contra los movimientos sociales fue difundida sin recato como forma de generar terror. A ello se sumó el dictado de una legislación antiterrorista en numerosos países -como Chile y Argentina- que junto a un mayor desarrollo de la inteligencia policial/militar, produjeron una notable disminución en los reclamos y movilizaciones populares.
Es imprescindible entonces tomar posición frente a estos avances del sistema que margina y empobrece.
Es oportuno recordar lo que decíamos en la presentación de un dossier de Margen referido a la Globalización hace unos años:
“Desde el optimismo neoliberal se planteaba hace pocas décadas un mundo más equitativo, sin conflictos, en el que reinarían la paz y la armonía. Cuando esos postulados ya estaban en decadencia se produjo la “caída del muro de Berlin”, lo que trajo una nueva catarata de promesas de paz y prosperidad. Los resultados están a la vista, un mundo en guerra, a veces expuesta, otras solapada, silenciosa, callada, donde las bajas son los muertos de hambre, las víctimas de la violencia, los muertos por enfermedades evitables.
Hoy, lo único que articula la llamada globalización es el criminal poder económico, político, militar y tecnológico de un grupo de países que impusieron un discurso único, el que dogmáticamente nos dice “nosotros o el precipicio”.
En los países de América Latina hace años que vivimos diferentes precipicios y abismos. Igual que en la obra del Dante, descendemos a los infiernos, con la diferencia de que hace varias décadas que vivimos en ellos.
La globalización es solamente un discurso único, “generador de verdades”, no muy diferente al que tenían los conquistadores que llegaron a este continente, sostenedor al fin de la economía de los opresores igual que hace muchos siglos.
El desafío es enfrentar las nuevas formas del avasallamiento, teniendo en cuenta que la llamada globalización hace homogéneo al sector del poder , pero genera heterogeneidad hacia abajo.
De ahí que la posibilidad pase ahora por nosotros mismos, es decir por la perspectiva o posibilidad de unir, amalgamar aquello que la crisis fragmentó.”
Castigos ejemplares
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