Por José Luis Parra
La Organización de las Naciones Unidas estableció el 25 de marzo como el Día Internacional de Recuerdo de las Víctimas de la Esclavitud y la Trata Transatlántica de Esclavos.
La conqusita de América a partir de 1492 consolidó la mundialización del sistema de dominación capitalista basado en la acumulación de riquezas generada por la explotación -hasta límites de extinción- de seres humanos y recursos naturales.
El tráfico de esclavos marcó uno de las etapas más trágicas de nuestra historia. Ante todo porque la introducción de personas esclavizadas en América se debió a la necesidad de reemplazar a las poblaciones originales exterminadas por la conquista. Se calcula que murieron más de 60 millones en apenas un siglo y medio. Pero la sed de riquezas motivó al máximo el desarrollo de estas “nuevas oportunidades” para hacer negocios. Así, durante más de 4 siglos, los países europeos desarrollaron lo que se conoció como “el comercio triangular”. Este sistema consistía en la salida de barcos desde los puertos europeos (especialmente de la península ibérica, Inglaterra, Holanda y Francia) con dirección al África occidental. Allí cambiaban productos manufacturados de baja calidad (telas, espejos, cuentas de colores, mosquetes, ginebra) por hombres y mujeres sometidos a la esclavitud. Los barcos negreros se dirigían entonces a América donde se vendían los esclavos y el resto de las mercancías europeas. Por último, se completaba el circuito llevando a Europa productos coloniales muy cotizados (azúcar, tabaco, cacao) así como metales preciosos (oro y plata).
Las condiciones extremas del viaje (hacinados para aprovechar el espacio y escasamente alimentados) provocaba la muerte en gran proporción de los esclavos. Así todo, se calcula que sólo en las colonias inglesas de América del Norte se introdujeron más de 13 millones de personas. Los esclavos viajaban en terribles condiciones. Se fusilaba a quienes intentaban huir antes de zarpar. El hacinamiento, la falta de oxígeno y de alimento llevaban a la muerte. Aunque no hay cifras oficiales, se estima que más del 20 por ciento moría durante el viaje.
La expansión colonial europea demandaba cada vez más mano de obra esclava para la explotación de las plantaciones y las minas. Los grandes exponentes de la filosofía, la ciencia y hasta de la religión de las élites produjeron maravillosos conceptos que convalidaron el hecho terrible de la esclavitud. Este pensamiento racial se imponía al resto de las capas sociales. Así se generalizó la esclavitud en las colonias y se organizó el tráfico de esclavos como uno de los negocios más lucrativos de la historia.
Volviendo a nuestros días, también la ONU estableció al 2 de diciembre como Día Internacional para la Abolición de la Esclavitud. Por otro lado, la UNESCO (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura) estableció el 23 de agosto como el Día Internacional del Recuerdo de la Trata de Esclavos y de su Abolición. Esta fecha se celebra por la noche del 22 al 23 agosto de 1791 en la que comenzó en la colonia francesa Saint-Domingue, actualmente Haití, la rebelión de los esclavos negros que conduciría a la declaración de independencia y la abolición de la trata de personas.
El movimiento de las guerrillas de negros fugitivos se consolidó a partir de la difusión de los principios de la Revolución francesa de 1789. Los esclavos tomaron como consigna la idea de igualdad llevando a Haití a convertirse en el primer país de Occidente con un Estado dirigido por negros y que aboliera la esclavitud.
Por estos sucesos, la UNESCO creó en 1994 el proyecto La Ruta del Esclavo: Resistencia, Libertad, Patrimonio, “que tiene por objetivo responder a la obligación histórica y moral de afrontar y tratar este doloroso episodio de la historia del ser humano abarcando todas sus ramificaciones y de manera metódica y consensuada. Cada 23 de agosto se rinde homenaje a las mujeres y hombres que lucharon contra esta opresión. De este modo, la UNESCO busca fomentar la reflexión y el debate sobre esta tragedia que marcó el mundo hasta nuestros días”.
A comienzos del siglo XIX, el Parlamento británico comenzó una campaña para dar fin a la esclavitud. En 1806 lo consideró “contrario a los principios de justicia, humanidad y sana política”. Uno de los más grandes países esclavistas de la historia se convirtió así en el paladín de la libertad y los derechos humanos. Es que Inglaterra había concentrado las riquezas que le permitieron desarrollar el extraordinario proceso de transformación económica que fue la “Revolución industrial” con el uso masivo de máquinas que aceleraban y aumentaban la producción. Esas máquinas eran manejadas por obreros especializados. Por otro lado, los británicos dominaban la navegación marítima y la producción de telas. Ya no necesitaban a los esclavos y tampoco querían que otros países -esclavistas- gozaran de esa fuerza de trabajo gratuita o de ese rubro comercial para aumentar sus ganancias.
Aun así, el camino hacia la completa abolición de la esclavitud fue lento y violento.
A pesar de tantos días internacionales que impulsan el recuerdo, el tratamiento y la reflexión, la realidad del trabajo esclavo señala actualmente un peligroso aumento. La esclavitud ha sido abolida, pero la lógica de la explotación capitalista mantiene sus bases hegemónicas en nuestro mundo globalizado.
El concepto de mano de obra esclava ha sido modernizado. Se habla así de “trabajo forzoso”.
Según la OIT (Organización Internacional del Trabajo, “el trabajo forzoso es un problema global que se encuentra en casi todos los países del mundo. Hay al menos 12,3 millones de personas en trabajo forzoso hoy en día. La mayoría de las víctimas son personas pobres en África, Asia y América Latina, cuya vulnerabilidad se explota con fines de lucro. Sin embargo, más de 350.000 mujeres y hombres sufren también de trabajo forzoso en países industrializados, víctimas de trata para explotación laboral o sexual.”
Según afirma Roger Plant, Jefe del Programa Especial para Combatir el Trabajo Forzoso de la OIT, “la definición de trabajo forzoso consta de dos elementos básicos. Por un lado, el trabajo o servicio se exige bajo la amenaza de una pena: por otro, éste se lleva a cabo de forma involuntaria. Entonces, el elemento fundamental es la coerción, que podría ser a través de violencia o violencia física, o podría ser mecanismos más sutiles como la confiscación de documentos de identidad, abusando de la vulnerabilidad de personas para sacar una ventaja económica injusta. El trabajo forzoso no puede equipararse simplemente con salarios bajos o con condiciones de trabajo precarias”.
A pesar de las leyes y controles de los Estados, la falta de desarrollo económico, sumado al avance de plantaciones sobre regiones vírgenes (como la selva del Amazonas) y la imposición de nuevos cultivos como la soja, generan el escenario favorable para la explotación y la esclavitud o bien la la expulsión de los pobladores en un éxodo masivo hacia las periferias de los centros urbanos.
En Brasil, la Iglesia Católica denunció que habría hasta 40.000 esclavos modernos “mantenidos en condiciones deplorables y obligados a trabajar hasta la extenuación a cambio de comida o del pago de deudas de transporte y alojamiento”.
Es que, utilizando las viejas prácticas como las de la Forestal en nuestro país hasta bien entrado el siglo XX, quienes mantienen a los trabajadores en situación de esclavitud les cobran a éstos los gastos de transporte, ropas, alimentación e incluso de materiales de trabajo, que son registrados en lo que se denominan “libretas de deudas” para descontarles mensualmente de sus pobres salarios.
Muchos de estos esclavos son indígenas desplazados de las regiones boscosas, pero muchos otros se encuentran en las grandes ciudades, sin documentos, obligados a vivir al lado de una máquina textil para trabajar, comer y dormir en ambientes insalubres.
Según la OIT, “la falta de alternativas para un grupo poblacional que no posee ninguna cualificación a no ser la propia fuerza manual, necesaria para trabajos pesados, como los de las haciendas; sumada a la falta de empleos regulares en el campo y la ciudad, amplía la oferta de mano de obra barata y deja a los trabajadores vulnerables”.
Hoy, con la consigna de que “cambie algo para que todo siga igual”, optamos por cambios de forma, como denominar trabajo forzoso al esclavismo, “Día del Respeto a la Diversidad Cultural” por “Día de la Raza” o “Un Encuentro de Culturas – Semana de la Diversidad Cultural” para reemplazar a la vieja “Fiesta Nacional de la Semana de la Raza” en Villa Gesell. Se tratan temas trascendentes con eufemismos tales como la reconciliación nacional, el respeto al pluralismo cultural, la construcción de nuevas identidades y la idea de ciudadanía, mientras se ocultan las causas de los graves problemas que nos aquejan.
Si no ponemos en cuestionamiento la lógica de la conquista y la consolidación del modelo económico mundial, estaremos muy lejos de poder revertir las prácticas esclavistas y de discriminación racial que seguirán produciendo más “trabajo con mano de obra esclava”, pobreza y marginación creciente de millones de seres humanos y la destrucción impiadosa de la naturaleza.
De poco valdrán entonces los cambios de nombres, los recordatorios y los días internacionales declarados por las Naciones Unidas.