Por Silvana Rodríguez
Eduardo Galeano
Al ver la escena, los compañeros avisaron a las autoridades del colegio, quienes hicieron la denuncia a la Policía. Al llegar a la institución, los policías de la Comisaría 8ª hallaron el arma en el bolso del alumno, quien reconoció que se la había sacado a su papá“.
Esta cita, intenta ser una síntesis de la nota que el Diario Clarín editó el día 07/09/07, entendiendo que si la cotidianeidad no lo permite, frente a estas situaciones, y más cuando los portavoces de ello, son nada más ni nada menos que nuestro futuro, los niños- adolescentes, estamos obligados a preguntarnos, interpelarnos sobre que nos está pasando, que estamos haciendo u omitiendo, para que un niño-adolescente de 12 años resuelva los conflictos entre sus compañeros a través de golpes, peleas, amenazas, armas.En primera instancia, desde una mirada un tanto individualista y si se quiere, moralizadora, podríamos estigmatizar a este “chico” de agresivo, violento, rebelde (¿sería malo ser rebelde en este contexto?) un “sin limites”, hasta caracterizarlo como “peligroso” para la sociedad; desde la misma perspectiva podríamos hablar de padres como irresponsables, descuidados, desamorados, “malos padres”, etc. Sin embargo nos atreveremos a intentar ampliar la mirada, pudiendo comprender, o al menos enmarcar, a esta situación en un marco más general, y a nosotros como parte del mismo.
De este modo, podríamos preguntarnos, si esta manifestación de violencia, responde a una actitud individual o ¿es más bien una manifestación del accionar de gran parte de la sociedad en el marco de este sistema infernal?; ¿esta forma de resolver un conflicto es casual e individual o es la forma que a diario trasmitimos en lugar del dialogo? ¿Qué una familia tenga en su casa un arma, es lo habitual o es lo que se naturalizó? ¿Qué circunstancias, que estrategias comunicacionales, que intencionalidad política llevó a eso? ¿Qué elementos nos aportan que un problema de inseguridad se podría resolver con la tenencia de un arma en una casa? ¿Podría resolverse algún conflicto desde la agresión, las peleas, los golpes? ¿se impregnaron en nosotros los principios de este sistema, de modo tal que hasta podria estar “bien vista” la tan temida y horrorosa justicia por mano propia como medida de resolución de conflictos?
Entonces, en este marco, ¿no es posible entender a esta conducta de este adolescente, como una manifestación particular de un problema general? ¿Cómo un indicador más de la fragmentación, aislamiento, inequidad, inestabilidad social vigente? ¿Cómo muestra de la escasez o falta de espacios que permitan contener las diferentes situaciones particulares de esta población, un espacio donde se puedan construir y pensar estrategias de resolución de conflictos conjuntamente? ¿Dónde pueda verse, valorar e incorporar la riqueza de compartir y construir con el otro? ¿contribuimos a reproducir o romper con el aislamiento tan eficazmente funcional?
En este sentido, ¿Estamos permitiendo que los niños – adolescentes tengan un lugar para expresarse y decir lo que sienten, que les pasa, que quieren, que esperan de modo que no sea una de las formas de hacer oír el amenazar a un compañero? ¿Cómo estamos trabajando desde las escuelas, por ejemplo, como espacio privilegiado para escuchar a los niños-adolescentes, que no pudimos estar atentos a indicadores que nos permitan prevenir estas situaciones? ¿Cuál es la función de la escuela hoy? Si coincidimos en que el momento histórico económico – político – social – cultural requiere cambios institucionales, ¿éstos son acompañados o solo enunciados con la única intencionalidad de hacer visibles la inteligencia y destreza de los próximos candidatos a ser nuestros representantes? ¿Hay algún lugar donde se ponga en acto real y efectivamente la concepción de niño como sujeto de derechos y como tal, se escuche su voz, más allá de que sean protagonistas de los hechos violentos? ¿Se tiene en cuenta que los niños- adolescentes son nuestro futuro? ¿Pudimos detenernos a pensar y reflexionar que es nuestra responsabilidad el logro o no de su desarrollo integral?
Por lo tanto, si bien de ningún modo nos parece que este tipo de conducta debe ser celebrada, entendemos que estas manifestaciones tienen que ser disparadores para plantearnos como estamos trabajando, que estamos haciendo u omitiendo para llegar a estas circunstancias, porque evidentemente hay necesidad de decir, y su voz esta emergiendo, se esta haciendo oír de la manera que puede o se le permitimos.
Entonces el gran desafío es, a nuestro criterio, permitirnos escuchar, observar y actuar, haciendo simplemente lo que debemos, escuchar y atender a las necesidades enunciadas por un sujeto, recordemos que la transformación solo es posible si construimos conjuntamente.
Y quizás sean justamente los niños y adolescentes quienes tengan en mente estas alternativas, pues bien, permitámonos escucharlos y hacer en consecuencia: es lo que debemos y nos corresponde, ¿o no?
Silvana
(Fuente: http://www.clarin.com/diario/2007/09/07/um/m-01494400.htm