Por Carlos Solero
“No cambiaría mi cámara por un Kalashnikov”, esta afirmación no está extraída de la novela de Pérez Reverte, el pintor de batallas, ni de un épico poema de Neruda de fines de los años ´60. Es la declaración de un reportero militante que registra los combates en Al Qusayr, en plena guerra civil en territorio de Siria. En esta ciudad fronteriza con El Líbano, según declaran, sus pobladores cavan trincheras. Junto a un taller de reparación de neumáticos hay caídas al menos 30 bombas lanzadas por la aviación y arrecian a diario los combates entre las tropas gubernamentales de Al Assad y los miembros del Ejército Sirio Libre.
La revuelta popular para enfrentar al régimen se expresa en multitudinarias marchas y manifestaciones en diversas ciudades, muy lejanas a los centros de poder donde los jerarcas de las principales potencias deciden sus apoyos, alianzas y “lealtades”, moviendo como en un tablero de ajedrez las piezas diplomáticas y artilladas.
En el fragor del combate cotidiano, Trab Zahore -el poblador de Al Qusayr- sostiene su cámara para registrar con su lente los ataques que el gobierno lleva a cabo. Y dice: “Cada uno tiene su papel en esta revolución. Algunos empuñan armas, otros trasladan heridos. Mi papel es grabar todo lo que ocurre en al Qusayr para que el mundo sea testigo de cómo nos están masacrando.”
A poco de estallar las revueltas en el Norte de Africa: Argelia, Egipto, Libia y en buena parte del mundo árabe, se produjo la insurrección en Siria. Desde entonces, cientos y cientos de personas han sido abatidas en medio del bullicio global de las bolsas de valores con su sube y baja, contemporáneamente a los diarios y brutales ajustes socioeconómicos en los más diversos territorios.
Alguna vez George Orwell dijo que en una guerra la primera víctima es la verdad. Trab Zahore, desde Siria ensangrentada, busca rescatar aunque sea algunos retazos para romper la indiferencia frente a tanto dolor colectivo.