Por Carlos Solero
Hace ya mucho tiempo que los Juegos Olímpicos se politizaron, esto tan así que basta recordar cómo los nazis en Alemania utilizaron los juegos para difundir su propaganda nacionalista, expansionista y xénofoba, racista. Muchos altos dirigentes vinculados a estas justas deportivas son figuras con turbio pasado relacionados a dictaduras o sórdidos negociados, en muchos países los Comités olímpicos han sido refugio de colaboracionistas de regímenes genocidas.
Las olimpíadas son usadas periódicamente como un escenario más de disputas interestatales, de guerras soterradas y a veces no tanto.
Pero si algo queda además en evidencia para terminar de desenmascarar los intereses ocultos tras los discursos altisonantes es la mercantilización de los juegos olímpicos, no sólo por la colosal andanada de publicidad-propaganda de las grandes corporaciones que rinden culto al fetichismo de las mercancías. Mercancías que producen e países de la periferia del capitalismo en condiciones de trabajo semi-esclavo. Y esto lo hacen las grandes marcas, las más populares.
Además en una contienda supuestamente de amateurs aparecen connotados deportistas que cobran miles y miles de dólares semanales en cada match del que participan.
¿Entretenimiento mediático para las masas en medio de una de las mayores crisis del sistema económico, social y político imperante? Seguramente que sí, eso y mucho más.
Espectáculo político ampliado a los cuatro puntos cardinales del Planeta Tierra, por radio, tv, red informática, etc. Manipulación global y miserias persistentes.