Por José Luis Parra
La voracidad del sistema capitalista continúa exponiéndose con impudicia en algunos de los
países integrados a la Unión Europea, tales los casos de España y Grecia. Lamentablemente,
muchos de sus habitantes creyeron en su momento en las ideas difundidas por los aparatos
publicitarios que les pintaron un mundo feliz repleto de riquezas al alcance de cualquier mano sin
realizar esfuerzo alguno. Confiaron en la ilusión y se entregaron mansamente a los arbitrios de las
grandes corporaciones que consolidaron su poder -vía el mandato popular de las urnas- a través del
control absoluto de los gobiernos liberales. Muy pocos españoles se mostraron preocupados
entonces, aunque el desborde de dinero que permitió un alto nivel adquisitivo y pleno empleo fuera
el producto de la instalación artificial de empresas extranjeras que tercerizaban su control sobre las
empresas públicas de la América subdesarrollada, expoliada por las políticas neoliberales de
privatización y saqueo durante la década del ’90.
Luego de una década en la que la transferencia de riquezas se verificó notablemente desde
América hacia las grandes corporaciones capitalistas, el escenario de la expoliación se instaló en
los países considerados “desarrollados”. Casi con el mismo guión pero ahora en Estados Unidos de
Norteamérica como en Europa, los bancos se declararon en bancarrota, los gobiernos se
pronunciaron solidarios y utilizaron los recursos nacionales para sostener la banca privada,
endeudando a sus países en cifras millonarias e hipotecando el futuro de sus ciudadanos. La
consecuencia directa fue el aumento abrumador en los índices de desempleo, la pérdida de las
condiciones laborales, de derechos laborales y previsionales adquiridos, de recortes en los sistemas
de educación y salud.
Mientras los medios de comunicación muestran la crisis europea como una novedad, poco les
interesa mostrar la realidad que padece el resto del mundo subdesarrollado, atado como furgón de
cola a los manejos del “Primer Mundo”. Como nunca, las desigualdades se han pronunciado a
límites extraordinarios y la imposición de estados de subdesarrollo económico ha determinado la
entrega absoluta de los recursos naturales, lo que pone en riesgo el futuro mismo del planeta.
Ante este estado de cosas, continúan vigentes las mismas ideas y anhelos que acompañaron a los
seres humanos a lo largo de su historia y que dejaron numerosos ejemplos para levantar como
banderas de libertad y de cooperación.
La opción sigue siendo la misma: estar a favor de los grupos dominantes o simplemente mirar
para otro lado y ser cómplices del saqueo y la destrucción de vidas y naturaleza o comprometernos
-desde cada lugar- para sumarnos a la lucha para que las cosas cambien y podamos construir un
mundo mejor.
Nota editorial Revista Margen N° 65, julio de 2012
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