Por José Luis Parra
Como señala el historiador Fermín Chávez, la Historia Oficial se erigió por “una necesidad de construir un mito por el cual se supone que desde 1810 todo salió bien. La historia argentina es la suma de islotes gloriosos y luminosos, salpicados por islotes negros. Los héroes son aquellos que en alguna medida apoyaron el proyecto, los que no querían el proyecto quedaron de lado. Esta es la historia que cuenta Bartolomé Mitre. Una historia que pretendía negar el San Martín humano. Como no podía evitarlo, era preferible construirlo liviano, rosadito. Era mejor hablar de El Gran Capitán de los Andes y nada más. Porque si se empezaba a escarbar y se les decía a los chicos que San Martín era enemigo de Rivadavia; que además se escribía con Rosas o que le donó el sable corvo de Los Andes por su lucha contra el bloqueo anglo-sajón, o que conspiró para derrocar el gobierno del Primer Triunvirato porque no había consultado la voluntad del pueblo, la cosa cambiaba. Ya no podría ser El Santo de la Espada y se tornaría en una figura contradictoria e inmanejable porque estaría vinculada con la política. Sería otro San Martín, estaría demasiado vivo y se tornaría peligroso.”
De este modo podemos entender, por ejemplo, las razones que tuvo San Martín para retornar a Europa en 1829 sin desembarcar en Buenos Aires.
San Martín había sido convocado por el gobernador Manuel Dorrego para para que se pusiera al frente del ejército que luchaba contra el Imperio de Brasil. Recordemos que la llegada de Dorrego al gobierno se produjo luego de la caída de Rivadavia, lo que allanaba el retorno del Libertador.
Pero cuando San Martín llegó a Buenos Aires, Dorrego ya había sido asesinado por el General Lavalle, impulsado a ello por los continuadores de la política de Rivadavia, fundadores de la Argentina entregada al dominio de los grandes intereses económicos.
San Martín no quiso prestar su nombre para dar prestigio al gobierno ilegal y tampoco se quiso sumar a un enfrentamiento sangriento entre argentinos.
Años más tarde, su avanzada edad no le permitió retornar a suelo americano para continuar la lucha por la independencia. Ante los bloqueos y atropellos de las potencias (Inglaterra y Francia) hacia la soberanía argentina, escribió en 1845: “…es inconcebible que las dos más grandes Naciones del Universo se hayan unido para cometer la mayor y más injusta agresión que puede cometerse contra un Estado Independiente: no hay más que leer el manifiesto hecho por el enviado inglés y francés para convencer al más parcial la atroz injusticia con que han procedido: ¡La humanidad! Y se atreven a invocarla los que han permitido –por el espacio de cuatro años- derramar la sangre y cuando ya la guerra había cesado por falta de enemigos, se interponen no ya para evitar males sino para prolongarlos por un tiempo indefinido: usted sabe que yo no pertenezco a ningún partido: me equivoco, yo soy de Partido Americano, así que no puedo mirar sin el mayor sentimiento los insultos que se hacen a la América. Ahora más que nunca siento que el estado deplorable de mi salud no me permita ir a tomar una parte activa en defensa de los derechos sagrados de nuestra Patria, derechos que los demás estados Americanos se arrepentirán de no haber defendido o por lo menos protestado contra toda intervención de los Estados Europeos…”
Con estos ejemplos resulta clara la posición de San Martín frente a las agresiones y el uso de la violencia, cuestión principal para entender nuestros orígenes y sostener nuestro desarrollo.
Así, la Historia Oficial se construyó sobre el sofisma de los opuestos “Civilización o Barbarie”, definiendo como próceres a quienes tomaron partido por la Argentina liberal (culta y europea), modelo que sirvió para ocultar la verdadera intención de entregar nuestros recursos naturales a las potencias extranjeras y gerenciar su explotación.
Juan Bautista Alberdi también lo entendió de esta forma, como cuando afirmó que “en nombre de la libertad y con pretensiones de servirla, nuestros liberales, Mitre, Sarmiento y Cía., han establecido un despotismo turco en la historia, en la política abstracta, en la leyenda, en la biografía de los argentinos. Sobre la revolución de Mayo, sobre la guerra de la independencia, sobre sus batallas, sobre sus guerras ellos tienen un Alcorán, que es de ley aceptar, creer, profesar, so pena de excomunión por el crimen de barbarie y caudillaje”.
De acuerdo a ese concepto fundacional, Rosas fue un dictador porque usó la fuerza para reprimir a sus oponentes. Y Mitre o Sarmiento fueron buenos, por la misma razón.
Así, en las antípodas del ideario sanmartiniano encontramos a Domingo F. Sarmiento, quien no tuvo límites en el uso de todas las armas -físicas e intelectuales- para destruir a sus enemigos.
En 1865 fue designado Ministro plenipotenciario encargado de negocios ante el gobierno de Estados Unidos de Norteamérica. Allí, a poco de haber terminado la Guerra de Secesión, además de interesarse por el modelo educativo anglosajón para “imponerlo” en su país, tomó contacto con ex militares del bando confederado para integrarlos al Ejército aliado que estaba invadiendo al Paraguay en lo que resultó una de las más sangrientas acciones de exterminio en América.
No sólo intentó convocar a esta “fuerza desocupada” sino que gestionó la compra de armamento de rezago, en desuso luego de la Guerra Civil estadounidense.
Para no dejar dudas, Sarmiento dejó pruebas de su pensamiento. Así, en referencia a la guerra contra el Paraguay, en carta a Bartolomé Mitre en 1872, afirmó que “estamos por dudar de que exista el Paraguay. Descendientes de razas guaraníes, indios salvajes y esclavos que obran por instinto a falta de razón. En ellos se perpetúa la barbarie primitiva y colonial. Son unos perros ignorantes de los cuales ya han muerto ciento cincuenta mil. Su avance, capitaneados por descendientes degenerados de españoles, traería la detención de todo progreso y un retroceso a la barbarie.
Al frenético, idiota, bruto y feroz borracho Solano López lo acompañan miles de animales que le obedecen y mueren de miedo. Es providencial que un tirano haya hecho morir a todo ese pueblo guaraní. Era preciso purgar la tierra de toda esa excrecencia humana: raza perdida de cuyo contagio hay que librarse”.
En 1869, durante su presidencia y como para demostrar que nuestro país sólo fue llamado a acompañar la invasión gestada por Brasil, pero que la guerra a los americanos constituía un plan estratégico continental, el Estado argentino dispuso la suma de $ 3.647.952 para la guerra contra Paraguay, mientras que gastó $ 4.248.200 en la represión del federalismo en las provincias.
El odio de Sarmiento era más profundo para con sus compatriotas. En otra famosa carta a Bartolomé Mitre afirmó: “Tengo odio a la barbarie popular… La chusma y el pueblo gaucho nos es hostil… Mientras haya un chiripá no habrá ciudadanos, ¿son acaso las masas la única fuente de poder y legitimidad?. El poncho, el chiripá y el rancho son de origen salvaje y forman una división entre la ciudad culta y el pueblo, haciendo que los cristianos se degraden… Usted tendrá la gloria de establecer en toda la República el poder de la clase culta aniquilando el levantamiento de las masas”.
El gobierno de Sarmiento fue notable en por su acción contra las autonomías provinciales, realizando intervenciones políticas y militares -fraude en elecciones, persecuciones diversas, asesinatos como el del caudillo riojano Ángel Vicente Peñaloza, declaración del estado de sitio- como herramientas de su lucha contra la «barbarie» americana.
En 1873 resultó muy comentada la acción de atemorización que realizó públicamente probando las nuevas ametralladoras francesas compradas para reprimir los levantamientos populares como el de López Jordán en Entre Ríos (gobernador depuesto por el gobierno nacional). El mismo Sarmiento disparó la ametralladora contra los edificios de dos escuelas en la ciudad de Paraná (el colegio Normal y el colegio Nacional en construcción). Sarmiento se mostró feliz por la demostración y afirmó que “las balas se incrustaron como puntos de coser; con lo que se demuestra, teórica y prácticamente, que no quedará vivo soldado alguno que tenga la desgracia de ponerse delante”.
Para finalizar, tal como lo afirma La Gazeta Federal, >“para ver el contraste en el modo de actuar entre los “civilizados” de “levita” y las tropas jordanistas que supuestamente representaban “la barbarie” de los de “chiripa”, baste recordar que López Jordán no aprobó el procedimiento propuesto por el coronel Gallo en el combate de Santa Rosa, por no ajustarse a “las leyes de la guerra”, y también se negó a usar las balas explosivas que le regalaron los oficiales franceses Collins y De Fries, incorporados al ejército jordanista en junio de 1873; en efecto, dichas balas fueron probadas en una cabeza de vaca por el coronel Agustín Martínez, y al ver López Jordán los efectos destructivos de las mismas, se limitó a expresar: “Yo nunca haría uso de semejantes proyectiles, porque lo que debe buscarse en la guerra es inutilizar al enemigo, no destruirlo”.