Por José Luis Parra
A pesar la cantidad de actos oficiales y actividades que recordaron el bicentenario de la revolución de mayo, poco fue lo aportado para aclarar algunas cuestiones que permanecen en sombras en nuestra Historia; especialmente en lo que se refiere a la ideología de quienes participaron activamente en los sucesos de nuestros orígenes, así como las consecuencias de sus actos.
Muchos protagonistas fueron falseados por la Historia Oficial, escrita a medida para sostener el estatus triunfador de las élites nativas aliadas al poder económico de las potencias. Tal el caso de Bernardino Rivadavia, uno de los exponentes máximos de la traición a su pueblo.
En algunos casos, la Historia Oficial hizo “desaparecer” a hombres y mujeres que pugnaron por construir un lugar en el mundo con libertad y justicia. En otros, sin embargo, el ocultamiento fue para quienes se vendieron al sucio pago del soborno, para el espionaje o la traición. Uno de estos personeros de la entrega y la corrupción fue Mariano Castilla y Ramos.
Se sabe que nació en Buenos Aires. En los archivos británicos quedó registrado su nombre como extranjero residente en Londres.
Este porteño viajó posiblemente a Inglaterra en 1803, enviado por alguno de los grupos económicos influyentes del Río de la Plata para activar en favor de la independencia de América del poder español.
Los registros británicos guardan algunas cartas de Castilla, como las dirigidas al Ministro de Guerra Castlereagh a partir de 1805, pidiendo se le reembolsaran más de 5 mil libras en concepto de gastos para el envío de “agentes” al Río de la Plata.. Queda claro así que este americano fue comprado y sostenido por el interés británico.
Hacia 1807, conociendo los sucesos producidos por la Invasión Inglesa a Buenos Aires y en colaboración con otro agente llamado Eugenio Cortés, presentó un plan de intervención inglesa en el Río de la Plata. Incluso se ofreció -tal como consta en otra carta a Castlereagh fechada el 10 de julio de 1807- viajar a Buenos aires para servir a la causa y lograr contactos más estrechos con el bando criollo.
Luego de la derrota inglesa en Buenos Aires, a partir de 1808 debió variar su estrategia. Así es que se relacionó con algunos de los americanos que militaban a favor de la independencia bajo la protección inglesa, como Saturnino Rodríguez Peña y Manuel Aniceto Padilla.
La invasión napoleónica a España en 1808 puso fin a este tipo de intrigas. España se convirtió en aliada de Inglaterra y Castilla se definió como activo agente inglés. Desde esa posición -incluso luego de la Revolución de Mayo- manifestó un indisimulado encono contra su tierra de origen. Y trabajó con dedicación para complicarle las gestiones a los enviados de los gobiernos americanos a Londres.
Manuel Moreno lo citó en una carta dirigida a Tomás Guido en 1812, en la que recordaba su gestión en Londres como enviado de Buenos Aires y el “despreciable carácter” de Castilla, describiéndolo como “sin sentimientos de honor y moralidad”.
Su virulencia contra todo movimiento independentista la expuso en una carta de junio de 1812 dirigida a Roberto P. Staples, cónsul inglés en Buenos Aires, acusando de espías pagados por Francia a los pasajeros de la fragata George Canning, encabezados por José de San Martín. En la misiva, Castilla señalaba que “he sido informado por personas interesadas y que se encuentran ahora en Londres que esos pasajeros fueron enviados y provistos de dinero por el gobierno francés. La negociación fue abierta por el ayuda de campo del mariscal Victor, desde un tiempo antes prisionero en Cádiz, pero que fue libertado y enviado a Francia por secreta instigación de los mencionados caballeros”.
La intención era desprestigiar a San Martín, Alvear y el grupo de militares llegados a América para incorporarse a la Revolución, frente los influyentes comerciantes ingleses de Buenos Aires y sus aliados criollos.
En realidad, la referida relación con Francia fue explicada luego por el propio Carlos de Alvear, quien refirió que -utilizando dinero como rescate- se había logrado concretar la fuga del teniente coronel francés Rossels, hasta entonces prisionero en el castillo de Santa Catalina en Cádiz, con el objeto de que se encontrara con el Mariscal Victor, general francés a cargo del sitio del puerto y enclave de Cádiz en 1810. Alvear confirmó entonces que el enviado llevó “cartas en las que suplicaba interpusiese su mediación para que fuesen puestos en libertad oficiales americanos que habían sido prisioneros en los ejércitos de España para que así pudieran pasar a América y sostener la independencia…”.
Curiosamente, en la defensa española de Cádiz contra el ejército invasor francés, participó activamente Diego, padre de Carlos de Alvear.
Otra acción de intrigas y espionaje de Mariano Castilla y Ramos fue determinante para la llegada de James Florence Burke a Buenos Aires.
Burke era un irlandés que viajó al Río de la Plata como espía a favor de la corona inglesa durante los primeros años del siglo XIX.
Su misión en Buenos Aires fue la de tomar contacto con los nativos, especialmente con comerciantes porteños, para conocer la opinión y trabajar a favor de una posible intervención británica.
Como señalé en otros artículos, Buenos Aires recibía gran cantidad de cargamentos de contrabando. En muchos casos, los funcionarios de la Corona se beneficiaban con este negocio ilegal. Muchos comerciantes formaban parte de esta legión, así como lo hacía una verdadera corte de abogados que servía a los intereses de los comerciantes ingleses tanto como a comerciantes locales que lucraban con las actividades ilegales.
El objetivo de Burke en Buenos Aires fue principalmente relacionarse con los principales activistas revolucionarios señalados por Castilla, entre los que destacaban los hermanos Nicolás y Saturnino Rodríguez Peña, Hipólito Vieytes, Juan José Castelli y Manuel Belgrano.
Hacia 1803, el propio Castilla habría informado a las autoridades inglesas acerca del crecimiento de estas incipientes organizaciones clandestinas propiciadoras de la independencia americana. Uno de los conocedores de estas intenciones fue Sir Sidney Smith, almirante de la flota británica que había trasladado a la familia real portuguesa a Brasil, de gran ascendiente con la Princesa Carlota Joaquina, con quien impulsaría el movimiento Carlotino para la separación del Río de la Plata del poder del Rey Fernando VII.
Los movimientos favorables a la separación de España y la tendencia a buscar apoyo en la Gran Bretaña fue conocida así por el ministro de Guerra Lord Castlereagh y por el primer ministro William Pitt, lo que dio impulso a la misión de Burke.
Luego, la historia es conocida. En 1803 Castlereagh encargó al comodoro Home Riggs Popham que estudiara con el activista venezolano Franciso Miranda el plan para la invasión de la América española por varias expediciones militares. Estas invasiones serían apoyadas -a nivel local- por los partidarios de una independencia política, pero no económica. Ese mismo año fue elevado al Gabinete el plan que planteaba organizar dos expediciones. La de Venezuela sería comandada por el mismo Miranda y contaría con dos mil soldados británicos, cuerpos de caballería y artillería. La del Río de la Plata sería comandada por Popham con tres mil soldados. Este plan fue estudiado pero finalmente no se aprobó por la salida de Pitt del Gabinete.
El retorno de Pitt al gobierno, convocado por el rey Jorge III, puso al Plan nuevamente en carpeta y al fin se ejecutó en el Río de la Plata, previo paso y conquista de la Colonia del Cabo en Sudáfrica.
La afinidad con el comercio británico se demostró en Buenos Aires durante la primera invasión en 1806.
Las autoridades del Cabildo y el resto de los funcionarios públicos fueron obligados a prestar juramento de fidelidad al rey británico. Sin embargo, otras 58 personas que no estaban obligadas a hacerlo se presentaron a jurar fidelidad a la Corona. En otro acto de ocultamiento de la historia, Inglaterra extravió el acta en la que se detallaban sus nombres.
Para finalizar, contrastamos la acción intrigante y oportunista de Mariano Castilla y Ramos con la honrosa actitud de Manuel Belgrano, quien justamente ante la obligación de jurar al rey inglés por ser miembro del Consulado, manifestó a las autoridades invasoras que dicha institución no representaba sólo a Buenos Aires sino al virreinato, mientras trataba de convencer al resto de los miembros a adherir a su posición. Como lo cuenta el mismo Belgrano, “[…] les expuse [a los miembros del Consulado] que de ningún modo convenía a la fidelidad de nuestros juramentos que la corporación reconociese otro Monarca: habiendo adherido a mi opinión, fuimos a ver y a hablar con el General [William Carr Beresford], a quien manifesté mi solicitud y defirió a la resolución; entre tanto los demás individuos del Consulado, que llegaron a extender estas gestiones se reunieron y no pararon hasta desbaratar mis justas ideas y prestar el juramento de reconocimiento a la dominación británica, sin otra consideración que la de sus intereses. Me liberté de cometer, según mi modo de pensar, este atentado, y procuré salir de Buenos Aires, casi como fugado; porque el General se había propuesto que yo prestase el juramento […] y pasé a la Banda Oriental del Río de la Plata, a vivir en la capilla de Mercedes”.
Honras y deshonras en nuestra historia
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