Por Carlos Solero
Las tragedias no deben utilizarse para especular ni política ni económicamente. Aun así están los que medran con el dolor y la muerte de las personas.
El reciente accidente ferroviario en la Estación Once de Buenos Aires pone en evidencia -una vez más- cómo los mecanismos instalados durante la orgía neoliberal de los años ´90, desreguladora, privatista de los servicios públicos y aniquiladora de los derechos individuales y sociales de los trabajadores, continúan vigentes en la Región.
El ex ministro de transportes de la Nación, ahora procesado por corrupción, hizo la vista gorda con los concesionarios de los trenes.
La población de todo el país subsidia, aunque no lo sepa, a las empresas localizadas en el área metropolitana de Capital Federal y Partidos del Conurbano bonaerense, que brindan pésimos servicios a los usuarios, en su mayoría trabajadores con empleos precarios o bien desempleados.
Resulta una siniestra paradoja que las principales víctimas fatales del accidente de Once hayan sido quienes se ubicaron en los primeros vagones, para así salir antes del convoy y llegar a tiempo a sus trabajos, es decir apurarse para someterse a la disciplina laboral impuesta por el sistema del capital-mercancía.
Reflexionar sobre lo antedicho implica que debemos tomar conciencia cómo nuestras vidas se tornan vulnerables por la codicia y rapacidad empresaria, por la desidia de los funcionarios a quienes sostenemos con nuestro trabajo diario.
El dolor que nos embarga por esta tragedia no debe paralizarnos, tenemos que reafirmar nuestras acciones de solidaridad e impulsar la autoorganización social, en cada lugar de trabajo, en cada espacio de estudio, en cada barrio.
No esperar a que alguien muera para saber que nos hacen correr peligro.
Viaje hacia el horror
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