Por Carlos Solero
En uno de los episodios más sórdidos de los años de plomo en la Argentina de la dictadura cívico-militar se produjo el secuestro, tortura y desaparición de un grupo de estudiantes secundarios. El hecho marcó un hito en las luchas de resistencia y se lo recuerda como “La noche de los lápices”, mientras muchos políticos y empresarios buscaban cómo negociar conchabos en comunas y municipios, prestando su servicio a los uniformados, estos jóvenes en cambio ponían sus cuerpos para defender solidarios los derechos conculcados por la prepotencia armada.
Acaso, siempre haya que recordar que en los años más duros pocos alzaban sus voces de reclamo: Las Madres y Abuelas de plaza de Mayo, los Familiares de detenidos-desaparecidos por razones políticas y gremiales, la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos y un puñado de militantes, delegados gremiales en asambleas clandestinas.
Recordar estos acontecimientos es imprescindible, ahora que un SS recorre juzgados y hasta el Congreso para salvar su infame pellejo, calumniando para zafar a toda costa.
Al otro lado de la Cordillera de los Andes, los estudiantes interpelan a la sociedad que debe exigir la gratuitad de la enseñanza en todos los niveles educativos.
Más de noventa días de resistencia estudiantil, miles de personas en las calles reclamando el fin del mercantilismo escolar instaurado por la dictadura pinochetista. El alcalde de Providencia, ex vocero del tirano desalojó con fuerzas represivas un Liceo, pero la lucha no cesa.
En la discontinuidad de la historia, como decía W. Benjamin, en todas las latitudes la lucha sigue y la dignidad de los que no se resignan al escarnio escribe sus páginas.