A propósito del Día del Maestro

Por José Luis Parra
Como todos los años para setiembre (mes de su muerte), los argentinos sufrimos otra bocanada de sarmientismo, toda vez que se conmemora en su honor el Día del Maestro. Todos los lugares comunes de la educación están signados por este “padre intelectual” de la patria colonizada. Existen numerosas excelentes obras y estudios de historiadores y educadores revisionistas que desenmascararon su figura desde su más tierna infancia, demostrando su carácter fabulero, su tendencia a la mentira, su sed de violencia hacia los habitantes de nuestro país para consolidar la dominación de las potencias y principalmente sus teorías y escritos publicitarios que sirvieron para construir la filosofía de la dominación.
Sin embargo, con la consolidación de lo que conocemos como globalización y la “muerte de las ideologías”. poco queda en pie de los estudios del revisionismo histórico en las conciencias argentinas. La derrota de los intentos setentistas produjo el retorno a los viejos conceptos escolares, donde nada debe ponerse en duda y todo es un cuentito feliz para consumo de los ciudadanos de Jardín de Infantes, parafraseando a María Elena Walsh.


Si los pobres de
los hospitales, de los asilos de mendigos y de las casas de huérfanos
se han de morir, que se mueran; porque el Estado no tiene alma. El
mendigo es un insecto, como la hormiga. Recoge los desperdicios. De
manera que es útil sin necesidad de que se le dé dinero. ¿Qué
importa que el Estado deje morir al que no puede vivir por sus
defectos? Los huérfanos son los últimos seres de la sociedad, hijos
de padres viciosos, no se les debe dar más que de comer”


Del discurso de
Domingo Faustino Sarmiento en el Senado de la Provincia de
Buenos Aires, 13 de diciembre de 1859.

La actuación de los próceres y la formación de la Argentina moderna es tan light como lo son las nuevas formas de vida, tan poco nuestras que ni siquiera aceptan una definición autóctona. No son muchos los políticos, docentes, comunicadores sociales, mamás y papás, que se atreven a continuar las revisiones de los Scalabrini Ortiz, Jauretche, Ortega Peña, quienes siguen tan silenciados como lo fueron en su época.

La frase sarmientina “no trate de economizar sangre de gauchos” (en Carta a Bartolomé Mitre) hoy no alarmaría a nadie.
Hasta los actores sociales más “progresistas“ temen enfrentar al sistema y encuentran una salida elegante para no criticar a Sarmiento, por aquello de la ideología “light”. Entonces muestran al “prócer” como una figura muy discutida, pero se encargan de resaltar su “prosa y vocación por la educación” como aspectos positivos.

Sarmiento creó la primera Escuela Normal que preparó maestras; introdujo docentes de Estados Unidos; fundó escuelas, etc. Así visto, lo de Sarmiento se muestra como de avanzada excelencia. Pero en realidad, el “gran maestro sanjuanino” pretendió trasplantar lo anglosajón en su país, para lo cual había que “educar-moldear” a las nuevas generaciones. Aquellos que no se adaptaran, deberían ser aniquilados.
Por ello, pergeñó ideas como esta: “Las salas de asilo tienden más a preparar la educación moral del niño que a su instrucción.. La edad de los alumnos de estos establecimientos no ha de pasar de siete años ni bajar de dos. Su objeto es modificar los vicios del carácter, disciplinar la inteligencia para prepararla a la instrucción y empezar a formar hábitos de trabajo, de atención, de orden y de sumisión voluntaria.”

Pocos son los que se animan a poner en duda la capacidad pedagógica del Gran sanjuanino. Domingo Faustino Sarmiento pasó al mármol principalmente por sus “ideas educativas y su acción educadora”. En realidad esta es otra falacia. Lo que Sarmiento trajo al país fueron modelos vistos y copiados en sus viajes. Incluso, algunos de ellos los expuso literalmente en sus escritos, como un intento de aporte a una sociedad que pretendía cimentar.
Nunca realizó la crítica de esos modelos. No lo hizo porque no era profesional de la educación, ni lo quería ser. Él se propuso demostrar los valores de la “civilización y cómo lograrlos”. Sus escritos son de discurso ideológico y cuando se refiere a la educación lo hace como herramienta que se debía utilizar y perfeccionar para alcanzar los fines que desarrolló con acabada minuciosidad en su imponente “Facundo o civilización y barbarie”.
Como señala Pedro De Paoli, “Sarmiento sabe que Facundo no era como él lo describe. Y él mismo lo manifiesta en la carta al General Paz, cuando le remite un ejemplar del libro….” En esta carta, el mismo Sarmiento confirma que lo ha “escrito con el objeto de favorecer la revolución y preparar los espíritus. Obra improvisada, llena por necesidad de inexactitudes, a designio a veces, no tiene otra importancia que la de ser uno de los tantos medios tocados para ayudar a destruir un gobierno absurdo y preparar el camino a otro nuevo”
De allí que De Paoli afirme que “Sarmiento confiesa que su libro es una obra improvisada, llena de inexactitudes puestas a designio a veces…, que deforma la verdad, que miente. Y este es el hombre que después de muerto, sus contemporáneos y las generaciones sucesivas han erigido en el símbolo del aula, en el maestro de maestros; el prócer civil por antonomasia…”
Sarmiento no analizó métodos educativos sino las razones para su utilización. Se debía moldear a las nuevas generaciones de habitantes, trasladando usos y costumbres para domesticar a las masas “atrasadas e inútiles”: “Es necesario hacer del pobre gaucho un hombre útil a la sociedad”
.
Pero… ¿qué hacer con los bárbaros que no se dejaban tentar con las bondades de ese sistema? Lo planteó en carta a Mitre: “No trate de economizar sangre de gauchos… Este es un abono que es preciso hacer útil al país. La sangre es lo único que tienen de humanos…”
También se dice -como al pasar- que Sarmiento propugnaba una escuela democrática, abierta a todos los sectores, que reuniera a ricos y pobres y que diera posibilidades a estos últimos.
Quienes usan esta argumentación deberían analizar ideológicamente el sentido que Sarmiento daba a la democracia para la educación. Sarmiento -como exponente y publicista de la clase triunfadora en 1852- no promocionaba un sistema educativo sino que pretendía un sistema represivo desde donde controlar a los “bárbaros”, detectar y marginar a los peligrosos y “cambiar” a los vencidos. Para ello, la educación debería ser obligatoria y estar en manos de las “clases decentes”. Al respecto, Sarmiento decía que “la clase decente forma la democracia, ella gobierna y ella legisla”. Por clase decente se entendía a quienes habían copado el Estado en 1852 derrocando a Rosas.
Para Sarmiento, la educación nunca podría ser democrática ni debería educar por igual a ricos y pobres, sino que estaría diseñada para convalidar como única cultura válida a la de las clases dominantes e igualar a gauchos e inmigrantes en el marco de los parámetros de la política impuesta y la nacionalidad inventada.
Igualar, homogeneizar, controlar. Se trataba de preparar un nuevo tipo de ciudadano para acomodarlo a las nuevas formas de producción, luego de la apertura económica y la alineación de Argentina al colonialismo inglés. Como señala De Paoli, “…Sarmiento influye en la formación de la conciencia nacional, cuya base y esencia al mismo tiempo es el complejo de inferioridad de lo argentino frente a lo foráneo, sobre todo norteamericano e inglés…”

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