Por Carlos Solero
Los espejos devuelven habitualmente imágenes de lo que se les antepone. Salvo en los parques de entretenimientos en los que lo pequeño se vuelve gigantesco y viceversa, la cruda realidad se impone con contundencia a todas las lucubraciones.
¿Por qué una sociedad devastada y con profundas desigualdades, que se profundizan cada día más, debería aparecer como un colectivo de solidaridades activas y voluntades cohesionadas?
La firme aplicación de políticas sociales de desmembramiento ha multiplicado el egoísmo y la descomposición social., ha sembrado el germen de la paranoia social y la anomia.
El resultado de la reciente compulsa electoral en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires es una clara muestra de lo evidente. Más allá de la retórica de campaña emerge la realidad cruel.
Las cifras hablan por sí mismas. Éstas entronizan como caudillo metropolitano a una persona con claros visos de racismo y xenofobia. Un discurso simplista, que elude profundizar cualquier debate de ideas y carente de principios.
Una práctica mercantil traslada a la administración de lo público, negocios, espionaje, desprecio por la salud y la educación y sus protagonistas.
Por qué sorprenderse que los más pobres coincidan con los que más tienen a la hora de expresarse en las urnas. Esta coincidencia se dio no hace mucho en 1995, en plena orgía privatizadora.
Los espejos devuelven lo que se les pone por delante y no lo que los deseos imaginarios proclaman.
La libertad de los pueblo nunca surgirá de procesos delegativos del poder, sino de luchas sin mediadores, ni demagogos. La libertad sólo provendrá de la lucha solidaria y autogestiva.
Espejos y cadenas
Sin categoría