Por José Luis Parra
Barack Obama, presidente del mayor Estado beligerante y conquistador de la historia, recibió el premio Nobel de la Paz 2009. Días antes de recibir la distinción, sumó más soldados a la invasión sobre Afganistán e Irak.
Obama explicó que era necesario luchar y hacer la guerra para defender a sus compatriotas agredidos por el Terrorismo.
El discurso de Obama no es novedoso. Desde 1870 a 1914, las potencias europeas -manejadas por sus clases capitalistas- se debatieron en lo que se denominó la “Paz armada”. Planteaban que debían defenderse del posible ataque de su enemigo para defender la paz, para lo cual se armaban en forma creciente y progresiva. El aumento de armamento de una potencia era respondido con el aumento de armamento por parte de la otra. Sin embargo, la palabra Paz tenía otro significado para las potencias en su relación con el África. Desde 1891 a 1904 se firmaron diversos “tratados” en los que los europeos se arrogaron la propiedad absoluta de tierras y vidas africanas, utilizando ese mismo armamento “pacificador” para imponer la conquista y la dominación.
A pesar de la expansión colonizadora y de los sucesivos repartos, en 1914 estalló la primera Gran Guerra, que significó una lucha imperialista por la hegemonía mundial, ideada y financiada por el Capitalismo pero peleada y sufrida por los sectores más empobrecidos de uno y otro bando.
Al finalizar la guerra en 1918 (que dejó un saldo de más de 6 millones de muertos), los intelectuales y medios de comunicación capitalistas afirmaron sin dudar que la enseñanza de la guerra había sido internalizada y que se abría una nueva era de paz para la humanidad.
La Segunda Gran Guerra (con un saldo de más de 60 millones de muertos) desdijo tal aseveración. Aun así, los personeros del poder continúan hoy utilizando los mismos -falaces y gastados- argumentos.
La imposición del capitalismo a escala mundial produjo desde entonces muchas intervenciones armadas formales (Corea, Vietnam, Irán e Irak, Afganistán, Libia); estados de guerra latente (Guerra fría) e intervenciones no declaradas (Doctrina de la Seguridad Nacional en América Latina, Guerra contra el Terrorismo, Guerra contra el Narcotráfico).
Estados Unidos de Norteamérica -como hace dos mil años la Roma imperial- utiliza como soldados para la conquista y la ocupación a los extranjeros desplazados por la pobreza de sus países subdesarrollados; al mismo tiempo que aumenta su presupuesto en armamento, desarrollo tecnológico en seguridad, equipamiento, inteligencia, viáticos y seguros para los miles de soldados que combaten en todos los rincones del planeta…
Del retiro de su país del protocolo de Kyoto -que hizo efectivo el presidente Bush en 2000- al controvertido Premio Nobel y al fiasco de la gestión Obama en la Cumbre 2009 de Copenhague, quedó claro que las potencias -y especialmente quienes conducen a los Estados Unidos de Norteamérica- tampoco se harán cargo de su responsabilidad en la generación del alto nivel de contaminación que está llevando al planeta a una crisis climática que tiene ya pronóstico muy desfavorable.
Guerras, contaminación, extinción de especies animales y vegetales, desocupación, hambre y violencia. En todos los casos, el denominador común es la muerte
Tal situación no puede ser negada en ningún rincón de la Tierra. Sin embargo, ¿cómo es posible que haya personas que no sean concientes de que colaboran para que tal estado de cosas se mantenga y reproduzca? Quizás, quien mejor ha podido explicarlo es el propio Barack Obama, quien en su mensaje de asunción al cargo de Presidente en 2009 afirmó: “nuestra capacidad no ha disminuido. Pero el período del inmovilismo, de proteger estrechos intereses y aplazar decisiones desagradables ha terminado; a partir de hoy, debemos levantarnos, sacudirnos el polvo y empezar a trabajar para reconstruir Estados Unidos.”
En sus palabras se refleja la concepción tradicional de muchos estadounidenses que creen en el “Destino Manifiesto”, pensamiento que considera que los Estados Unidos de Norteamérica están llamados por Dios para llevar la libertad y la democracia a todos los rincones del mundo, en una especie de misión evangelizadora.
El historiador estadounidense Reginald Horsman, autor de «La raza y el destino manifiesto. Orígenes del anglosajonismo racial norteamericano» nos aporta muchos elementos que enlazan la idea y acción de Obama con los fundadores de la gran Nación del Norte, iniciadores de un avance dominador sostenido e impulsado por tal mandato divino.
Horsman nos recuerda el origen de la expresión Destino Manifiesto: «Comentando en 1845 la anexión de Texas, el político demócrata y publicista (periodista) John O’Sullivan acuñó la frase Destino Manifiesto para describir el proceso de la expansión norteamericana.
O’Sullivan al principio usó la expresión Destino Manifiesto al criticar a otras naciones por tratar de coartar un proceso natural. Otras naciones se habían entrometido, afirmó, ‘con el objetivo declarado de sofocar nuestra política y limitar nuestro poder, constriñendo nuestra grandeza y frenando el cumplimiento de nuestro destino manifiesto de cubrir el continente asignado por la Providencia al libre desarrollo de nuestros millones, que se multiplican cada año’»
En otras páginas. Horsman ofrece más testimonios sobre el Destino Manifiesto, marcado a fuego en las conciencias estadounidenses, señalando por ejemplo que: “John Adams -segundo presidente de los Estados Unidos- declaró que los EE.UU. estaban ‘destinados fuera de toda duda a ser la mayor potencia de la Tierra’.
Thomas Jefferson -tercer presidente de los Estados Unidos- escribió que ‘nuestra Confederación debe considerarse como el nido desde el cual toda América, del Norte al Sur, será poblada’
Y el famoso geógrafo Jedidiah Morse afirmó que ‘es bien sabido que el imperio ha estado desplazándose de este a oeste. Probablemente su sede última y más vasta sea América… el mayor imperio que jamás existió… Sólo podemos anticipar el período, no muy lejano, en el que el Imperio Americano abarcará millones de almas, al oeste del Mississippi’.”
Aunque en Estados Unidos de Norteamérica se suceden desde siempre los gobiernos duros y blandos, halcones y palomas, republicanos y demócratas; todos llevan adelante una política común signada por ese destino manifiesto.
La Guerra de Conquista continúa en una fase que coloca a la humanidad ante nuevos desafíos tendientes a la defensa de la vida y la no aceptación del orden impuesto.
Se trata de no integrar -en ningún lugar o puesto que sea- la fuerza hegemónica que margina y deja a nuestros pueblos -y a la naturaleza misma- al borde de la extinción.
Se trata -como señaló Darcy Ribeiro- de poner todo en «tela de juicio… preguntándose respecto de cada institución, de cada forma de lucha e incluso de cada persona, si contribuye a perpetuar el orden vigente o si por el contrario su actuación propende a su transformación y a la institución de un orden social mejor».