Por José Luis Parra
En el año 2000, el Papa Juan Pablo II pidió públicamente perdón por el maltrato que, en nombre de la fe cristiana, se infligió contra los pueblos originarios de América y África, por la violación de los derechos de los pueblos, despreciando culturas y tradiciones.
Sin embargo, la conquista de América no está teñida sólo de sangre nativa. Este proceso no se trató de la dominación de territorios extranjeros en poder de otras gentes. El capitalismo europeo pudo llegar a nuestro continente gracias a la acumulación de riquezas generada por la mano de obra servil, es decir la esclavitud y explotación de su propio pueblo.
Esa práctica se trasladó a nuestro suelo. Y como sucediera en el Viejo Mundo, aquí también se alzaron voces europeas que reclamaron Justicia. Y como allí, fueron perseguidos por monarquías, grupos políticos, instituciones terribles como la Santa Inquisición, o por aquellos que se sintieron perjudicados por quienes defendían los Derechos Humanos.
Y así como el genocidio más trágico de la Historia se escudó en la bandera de la evangelización cristiana, muchos miembros de esa Iglesia fueron asesinados por razón de su defensa de los indígenas y los pobres, de los desheredados de la tierra. Recordemos sólo algunos pocos ejemplos:
En 1552 fue asesinado en León el Obispo Antonio de Valdivieso. Consagrado obispo de Nicaragua en 1545 por el célebre Fray Bartolomé de las Casas, fue activo denunciante del maltrato y abuso cometidos por el Gobernador Rodrigo de Contreras contra los pueblos originarios. Sus denuncias, como las de Bartolomé de las Casas, promovieron que la Corona española promulgara en 1543 las llamadas “Nuevas Leyes”, que declaraban ilegal las encomiendas y la esclavitud.
Recordemos que la mortalidad de indígenas en las islas caribeñas llegó al ciento por ciento.
La posición de Valdivieso le ganó el odio de la familia Contreras. En 1546 escribió que “…me enviaron a decir que si entendía en cosas de inquisición o lo pensaba, me darán de puñaladas …”.
Por fin, fue asesinado a puñaladas en febrero de 1550.
El compromiso por lo social conmovió a numerosos miembros de la Iglesia, por lo que que fueron perseguidos, torturados o asesinados.
Miguel Hidalgo fue un sacerdote que se puso al frente del movimiento de independencia en México en 1810, bajo la consigna de “Viva la religión. Viva nuestra madre Santísima de Guadalupe. Viva Fernando VII. Viva la América y muera el mal gobierno”. Fue derrotado en 1811 por los realistas, lo degradaron como sacerdote y fue fusilado. Es considerado como el padre de la patria mexicana
A lo largo de la Historia, la Iglesia católica, como otras organizaciones e instituciones, se diferenció internamente en por lo menos dos grandes grupos: la Alta y la Baja Iglesia, miembros y acompañantes de los diferentes sectores sociales.
Las contradicciones se sostuvieron sin grandes cambios hasta entrado el siglo XX. En 1962, el Papa Juan XXVIII expresó que: “frente a los países subdesarrollados, la Iglesia se presenta tal como es y quiere ser: como la Iglesia de todos, particularmente, la Iglesia de los Pobres”.
Siguiendo los dictados del Concilio Vaticano II y la nueva posición de la Iglesia, muchos sacerdotes y laicos se manifestaron a favor de la opción por los pobres, en una Iglesia con fuerte militancia en lo social.
Por esa razón se entiende la ferocidad de los ataques a eclesiásticos en toda América.
En la madrugada del 4 de julio de 1976, grupos de tareas de la Dictadura Militar penetraron en la Parroquia San Patricio, de la comunidad de los Padres Palotinos ubicada en la ciudad de Buenos Aires. Luego de maniatar a 3 sacerdotes y 2 seminaristas, los golpearon y los fusilaron por la espalda.
Los miembros de la comunidad palotina de Belgrano se destacaban por su sensibilidad y participación social.
Enrique Angelelli, Obispo de la Diócesis de La Rioja, promovió la formación de cooperativas de campesinos, la organización sindical de peones y mineros, así como denunció las violaciones a los derechos humanos durante la Dictadura. El 2 de agosto de 1976 fue encerrado en la ruta por un vehículo. Su cuerpo sin vida apareció con múltiples fracturas de cráneo. Actualmente se ha desestimado la versión de que fue un accidente y se reabrió la causa judicial.
El 11 de julio de 1977, el Obispo de San Nicolás, Carlos Horacio Ponce de León, murió en una situación análoga a la de Angelelli, en otra ruta. Era conocido por su defensa de los derechos humanos y su trabajo con los familiares de desaparecidos.
En diciembre de 1977 fueron secuestradas las monjas francesas Léonie Duquet y Alice Domon. Luego de sufrir torturas, fueron arrojadas vivas al mar. Sus cuerpos aparecieron posteriormente en las playas de Santa Teresita y enterradas como NN hasta el año 2003 en que sus cuerpos fueron recuperados.
En 1977 fue asesinado a tiros -en El Salvador- el padre Rutilio Grande. Tres años después, su amigo Óscar Arnulfo Romero, arzobispo de San Salvador, fue asesinado por un grupo paramilitar comandado por el mayor Roberto D’ Aubuisson, fundador del partido ARENA.
El padre Rutilio Grande trabajaba en un programa de economía social con campesinos marginados. Romero había denunciado la violencia ejercida por el gobierno salvadoreño y las continuas violaciones a los Derechos Humanos. Durante el entierro de Monseñor Romero, el gobierno ordenó reprimir a la multitud. El saldo fue de más de 50 personas asesinadas.
También en El Salvador, en 1989, fueron asesinados seis jesuitas, una empleada y su hija.
Por este crimen, en setiembre de 1991 fueron enjuiciados catorce militares. Sólo dos fueron condenados para ser puestos luego en libertad gracias a una Ley de Amnistía aprobada por la Asamblea Legislativa de ese país.
Muchos miembros de la Iglesia llevaron su fe hasta las últimas consecuencias, acompañando el padecimiento de los desheredados de la tierra a lo largo de nuestra historia, haciéndose carne en el sufrimiento del pueblo, tal como lo cantó el propio Obispo Angelelli en un poema:
“Porque el proyecto se hace silencio,
porque la vida se hace rezo,
porque el hombre se hace encuentro
en cada historia de pueblo.
Déjenme que les cuente
lo que me quema por dentro;
el Amor que se hizo carne
con chayas y dolor de pueblo”.