Por Calos Solero
En 1964 el filósofo social Herbert Marcuse, uno de los exponentes emblemáticos de la Teoría Crítica de la llamada Escuela de Frankfurt, en la Introducción a su libro “El hombre unidimensional”, formulaba el siguiente planteo: “La amenaza de una catástrofe atómica que puede borrar a la raza humana no sirve también para proteger a las mismas fuerzas que perpetúan este peligro? Los esfuerzos para prevenir tal catástrofe encubren la búsqueda de sus causas potenciales en la sociedad industrial contemporánea”. Agregaba que estas causas no eran identificadas por ser operativas a la guerra fría del Oeste contra el Este y viceversa. Además planteaba Marcuse: “Igualmente obvia resulta la necesidad de estar preparados para vivir al borde del abismo, para afrontar el reto. Nos sometemos a la producción pacífica de los medios de destrucción, al perfeccionamiento del despilfarro, al hecho de estar educados para una defensa que deforma a los defensores y aquello que defienden”.
En efecto, y si esto era así en 1964 durante el llamado período de “coexistencia pacífica” siendo J.F. Kennedy y N. Kruschev los líderes estatales de las superpotencias, aún durante la distensión el factor de la amenaza nuclear fue una extorsión masiva a los pueblos del Planeta Tierra.
La caída del bloque encabezado por la URSS abrió la perspectiva de una oferta de armas nucleares que sometieron a remate global muchos jerarcas de las ex repúblicas del Este.
El paroxismo en la producción nuclear asociada al desarrollo bélico cobró un inusitado impulso. Corea del Norte, India, Irán y algunos Estados Latinoamericanos proclamaron este macabro juego con discursos de soberanía y otras coartadas ideológicas, del más rancio cuño nacionalista y chauvinista.
Hace mucho tiempo que lo nuclear es el camuflage de políticas de control social que derivan en la destrucción de la vida.
Para los detentadores de los macropoderes, los átomos activos son parte de su estrategia de dominio explícito e implícito.
La reciente tragedia de la central nuclear de Fukushima en Japón no es sino un eslabón más de una larga cadena de atrocidades perpetradas contra población civil inerme.
Vale recordar que en 1946, un año después del lanzamiento por parte del Estado Norteamericano de las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki, otra vez EE UU llevó a cabo pruebas con bombas nucleares en el Atolón de Bikini y en 1954 la radiación atómica afectó a un grupo de pescadores víctimas del experimento. Por ese entonces el Estado japonés acordó una indemnización de doscientos mil dólares y guardó silencio.
Como señala en una excelente y lúcida nota reciente el escritor y humanista Kenzaburo Oé, el horror nuclear es parte de una ideología expansionista y destructora que se oculta tras la máscara del desarrollo económico, aniquilando vidas. Japón es hoy exponente de esto, pero no es en la única latitud en la que esto ocurre.
me parece muy atinado su comentario, nos lleva a una reflexión de hacia donde iremos a parar y sobre todo que es un problema que atañe a todo el mundo