La deshumanización burocrática: la amansadora. Pensando desde el Trabajo Social

Por Sebastián Giménez
En nuestro trabajo cotidiano vemos llegar a personas y familias con múltiples necesidades. Las respuestas que podemos dar son diversas aunque acotadas: derivar para tramitar un subsidio puede ser una de las más comunes.
Pero el trámite del subsidio, dinero público que se dedica a tal fin y al que tienen derecho a acceder las personas y familias que derivamos, muchas veces se convierte en una amansadora, ya sea por los trámites necesarios para llegar al mismo como por la forma en que se atiende a la gente.
¿Qué se quiere decir con amansadora?
Leopolodo Marechal, en su libro Adán Buenosayres, habla de un personaje funcionario público, que describe con implacable precisión lo que es la amansadora. Primero, una sociedad que excluye. Luego, una sociedad que compensa. Pero, antes de compensar, amansa, a veces demasiado:

“Ignoro si alguna vez han frecuentado ustedes una de aquellas antesalas que cierto político genial bautizó con el nombre de “amansadoras”: en ellas el postulante alegre no tarda en degollar sus ilusiones, el iracundo se metamorfosea en cordero y el hablador pierde hasta los rudimentos del idioma. La mía constaba de tres recintos: en el primero, el postulante, renunciando gradualmente a la naturaleza humana, destruía su voluntad, anonadaba su memoria y deponía su entendimiento, hasta descender al reino animal, cuyas formas elementales cumplía en el segundo recinto, donde se paseaba como un león, mugía como un toro, bostezaba como un perro, se lamía como un gato y se rascaba como un simio; luego el postulante descendía, como en sueños, al estado vegetal que realizaba en el recinto número tres; allí sólo debía sentir las vagas sensaciones del mundo vegetativo, quizás el hambre y la sed; cuando al fin entraba en mi sancta sanctorum, el postulante ya tenía la naturaleza mineral: algunos, en un esfuerzo desesperado, aún conseguían agitar su carta en el aire…; otros, como si despertaran bruscamente, llegaron a preguntarme quiénes eran ellos y a qué habían venido…”

Se les descarga a las personas excluidas una batería de requisitos para acceder al subsidio al que algunos no podrán llegar, o sucumbirán en el intento. Trámites engorrosos, documentos y papeles que no son comunes encontrar en familias que atraviesan los múltiples problemas de la exclusión social y requisitos innecesarios muchas veces.
¿Qué más grande amansadora que Pavón y Entre Ríos, sede de Desarrollo Social del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, donde cientos y miles de personas hacen fila todas las mañanas para ser atendidos? Haga la cola, tome el número y espere, sobre todo espere. Y la fila que llega a la cuadra de extensión, y los postulantes que arriban a horas tempranas y se amontonan en la vereda, en la intemperie horas enteras antes de ser atendidos.
Es increíble que, habiendo tantos C.G.P comunales donde hay Servicio Social, el otorgamiento de los subsidios se decida sólo en Pavón y Ëntre Ríos. ¿Por qué no descentralizar, darle mayor poder de resolución a los Servicios Sociales Zonales, que son los que tienen mayor cercanía con los vecinos del propio barrio? Descentralizar en el buen sentido de la palabra, transfiriendo recursos y capacidad y poder de resolución a los centros comunales. No descentralizar y decirle a los centros comunales arréglense como puedan, que es la acepción neoliberal del término. No, eso no. Brindar presupuesto y más profesionales si fueran necesarios. ¿Por qué no facilitar el acceso al derecho, al subsidio, al presupuesto estatal que se pensó para las personas excluidas? ¿Qué necesidad hay de hacerlos pasar por esa terrible amansadora? Es el terrible costo que parece tienen que pagar los excluidos para llegar a la compensación, “el que quiere celeste que le cueste”. Además de ser expulsados de la sociedad, para llegar a las migajas que le dan deben sufrir, esforzarse y mantenerse amansados. La persona ya no es una persona, sino un ente deshumanizado.
Tenemos una responsabilidad como profesión de plantear este tipo de cuestiones que hacen a la efectivización de derechos de la población más humilde y a su trato humanitario. La ley 23.377 establece, como una de las funciones del profesional de servicio social o trabajo social,
“Asesorar en la formulación, ejecución y evaluación de políticas tendientes al bienestar social”.
A veces nuestra disciplina no es tenida en cuenta a la hora de formular, ejecutar y evaluar las políticas sociales. Pero creo que hay que intentar aportar y pensar una mejor manera de implementar los planes y subsidios sociales, preservando la dignidad y humanidad de las personas. Diciendo, desde nuestra cercanía a la gente, lo que es necesario cambiar para que los derechos y planes sociales sean más accesibles. Porque si no hay accesibilidad, se convierten en lindos enunciados, en una muy buena máscara, en una cáscara vacía pero que queda muy bien a la hora de enunciar los planes sociales que se están ejecutando.

EL MIENTRAS TANTO
Pero ¿qué hacer hoy, mientras la amansadora se sigue ejecutando?
Y el gran riesgo, lo que debemos cuidar a mi juicio es que no se deshumanice nuestra intervención como deshumaniza tantas veces el laberinto burocrático de acceso a los subsidios.
Y desde nuestro lugar debemos apostar al trato humano y justo. Por supuesto que vamos a derivar porque muchas veces no podemos resolver. Pero no es lo mismo decir a la persona “Andá a Pavón y Entre Ríos. Acá te anoto la dirección, ahí te van a asesorar” que hacer un informe social o brindarle algún tipo de acompañamiento y ayuda cuando recibe el listado kilométrico de los requisitos para los subsidios, alguno de los cuales no podrá cumplir.
Y uno como profesional se pregunta cuál es el límite exacto donde la distancia profesional necesaria y deseable, se convierte en indiferencia, en un arreglate como puedas. O como, en el otro extremo, el compromiso necesario se convierte en omnipotencia, en dejar todo hecho subestimando la capacidad de la persona, lo que tampoco es bueno. Entre los dos extremos, infinidad de grises y matices.
Lo importante, como dije al principio, es intentar no caer en la misma lógica de deshumanización. Y aquí una nueva cita de Leopoldo Marechal, de su libro ya citado, que es impactante:

“Si al principio en el rostro de cada postulante yo leía un problema vital, un destino en marcha, un doliente microcosmo, pude luego hacer abstracción de todo lastre sentimental, hasta no ver en aquel hombre sino “una cara”. Después, no interesado ya ni siquiera en los rostros, cada postulante fue para mí “un brazo” en el extremo del cual venía una carta. Finalmente, ya no vi ni el brazo conductor, sino “la carta” sola, independiente de su fantasmagórico mensajero”.

No perder de vista al ser humano, sus necesidades, sus derechos vulnerados. Desde arriba, como dije en la primera parte del artículo, es necesario descentralizar el aparato burocrático de los planes sociales estatales; desde abajo, lo importante es centrarse en el hombre.
Ayudarlo, de alguna forma, a que vulnere los escollos y trampas burocráticas que se oponen al legítimo ejercicio de sus derechos.

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