Por Carlos Solero
Las recientes manifestaciones populares en Egipto dejan múltiples enseñanzas.
La principal es que el protagonismo en las calles de hombres y mujeres hastiados de la manipulación y la opresión exigiendo el fin de un régimen despótico muestra la finitud aun de aceitados aparatos de dominio.
Una vez más queda en evidencia que la caída en picada -y hecho hilachas- de uno de los mandaderos dilectos de las políticas del Fondo Monetario Internacional (F.M.I) significa que las feroces políticas neoliberales sólo generan exclusión social, en el caso de Egipto, más de 40 %.
Es fundamental destacar que la férrea voluntad de las multitudes en las calles, aún en cruentas jornadas que dejaron un saldo de más trecientas personas muertas, reafirma un antiguo aserto acerca del devenir histórico.
La Argentina de 2001 también dejó en la memoria colectiva marcas indelebles, imborrables, que ya son patrimonio para las nuevas generaciones.
La caída de los opresores abre una compleja coyuntura, en la que siempre están presentes los intentos de conciliábulos para escamotear, con oscuras maniobras, la voluntad colectiva de transformaciones; pero las brasas de la rebelión popular abren brechas y marcan puntos de inflexión que impulsan la historia hacia un futuro diverso.
Voces en las calles
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